LA ANULACIÓN FINAL

“Ya no hay vuelta atrás.”

El Instructor lo escribió en una pantalla negra. Letras rojas.
Una frase simple. Un sello. No fue una advertencia. Fue una constatación.

Porque el cuerpo ya no se resistía.
Ya no cuestionaba. Ya no temía. Ya no pedía.
Solo hacía. Solo servía. Solo sudaba.

Había alcanzado el punto donde el dolor no dolía, sino que tranquilizaba.
Donde cada corrección no hería, sino que confirmaba que aún era visible, aún era valioso para el dominio.

Ya no necesitaba que le dijeran lo que era.
Ya lo sabía. Y lo aceptaba con gozo.


COSTUMBRES DE LA NADA

El Instructor había reemplazado la personalidad con reflejos.
Ya no usaba frases complejas.
Solo respuestas automáticas:

– "Sí, Instructor." – "Perdón por pensar." – "¿Me puede usar?" – "No tengo derecho."

Cada frase era una derrota convertida en mantra.
Cada afirmación, una confesión de inferioridad que respondía con entrenamiento brutal.

Cuando el espejo le devolvía una imagen flaca, sucia, débil, solo sabía responder de una manera:
Cien flexiones. Sin descanso. Sin pensar.

Cuando en su mente surgía la duda, la arrogancia, el deseo de querer más, se respondía:
"No eres nada. No mereces nombre. Mereces sudor y silencio."

Cuando sentía la tentación de dormir, de detenerse, murmuraba: "¿Qué derecho tienes al descanso si aún no sirves?"

A veces, frente al espejo, se hablaba solo:

– "Eres una puta de músculos. Nada más."

Y lo decía con una sonrisa. No por ironía, sino porque le producía calma.
Había desaparecido su historia.
Solo quedaba cuerpo. Solo rutina. Solo respuesta.


CUERPO–PANTALLA

Su cuerpo ya no era carne. Era exposición cruda, brutal, sin tregua.
Era contenido continuo, desollado, afilado para otros.
Cada músculo era publicado como trofeo.
Cada flexión, grabada como penitencia.
Cada mordida en la teta, repetida en historias, amplificada, convertida en ritual.

No entrenaba para superarse.
Entrenaba para redimirse.
Para castigar cada segundo donde creyó que valía algo por sí mismo.

El Instructor lo había transformado en espectáculo.

Ya no era persona. Era señal. Era estímulo. Era carne útil.

No existía en la intimidad.
Solo existía si era mirado. Deseado. Dominado.
Y si no recibía respuesta, likes, reacciones… …se castigaba. Porque entendía que había fallado.

No era vanidad.
Era adiestramiento.
Era autodesprecio convertido en doctrina.

Cuando se sentía débil, grababa una rutina extra.
Cuando se sentía feo, mostraba el pecho.
Cuando sentía que no bastaba, se abría más.

Porque el cuerpo no le pertene...