Ahora comienzo a contaros el mejor regalo que Dios me ha dado y que nunca hubiese imaginado.

Digo que es un hecho real porque no hay aquí ni una coma de fantasía.

Esto no significa que los anteriores hechos hayan sido fantasia pura, hay muchiiiiiisimo real pero hay algunos añadidos de fantasia.

Voy con ello.

Cuando tenia 18 años estaba en la Universidad en primero de carrera. En las vacaciones de semana santa, me presentaron a un chico que iba un curso por encima mío y que veraneaba donde yo. Era una pasada, así gordito y con las tetas más bonitas del mundo. Y nos hicimos los mejores amigos a partir de entonces.

Varias veces le había visto ya en su casa con una toalla nada mas puesta recién salido de la ducha. El se paseaba y contoneaba con la toalla, pero nunca pude verle desnudo del todo, ahora bien TODO lo que se veía de él me excitaba muchísimo. Las tetas por supuesto pero me empecé a fijar en sus pies que eran no muy grandes pero gruesos.

Yo claro, tenia mis tentaciones pero las reprimía.

Llegó el verano y en nuestra segunda casa mis padres me habían dejado sólo unos días.

Yo tenía un amigo, desde que tengo 6 años, que me lo había encontrado durante esos días que estaba de vacaciones en mi mismo pueblo y que sus amigos dejaban ya el apartamento y se volvían a Madrid, entonces le invité a quedarse en mi casa unos días y asi hizo.

Todos los días salíamos de borrachera el grupo de amigos, un grupo grande, en el que aparte de mi amigo más antiguo por supuesto también estaba mi mejor amigo actualmente, el gordito, porque también tenían sus padres una casa allí.

Los diez días probablemente más locos y felices de mi vida.

A los cuatro días había una fiesta en casa de una amiga del grupo. Como íbamos a estar hasta las tantas, el gordito habló con sus padres y le permitían quedarse en mi casa a dormir, ya éramos tres en la casa.

Salimos a la fiesta y al final llegamos a las 4 de la madrugada a casa con una borrachera de cuidado.

Mi casa estaba de puta madre. Era un chalet individual con piscina privada.

Nos quedamos conversando los tres un rato y el amigo más antiguo se despidió y se fue a dormir.

El gordito y yo decidimos meternos en la piscina a ver si se bajaba un poco el pedo.

Era acojonante bañarte a esas horas con la luna llena reflejada en la bahía. Apagamos las luces de la piscina para ver mejor el panorama tan especial.

Empezaron las aguadillas (luchar por hundir al otro haciéndole perder el equilibrio), era de esperar porque jugábamos todos mucho a eso.

Luchábamos un poco, después nos hacíamos unos largos, y de vuelta con las aguadillas.

En un momento dado, no sé si fue él el primero o fui yo, nos quitamos el bañador.

La sensación de bañarte en bolas es ...