Ni siquiera he abierto los putos ojos y ya está él ahí. En mi cabeza. Su puta imagen. Leo. Es lo primero que pienso, antes que en mi propio nombre de mierda.
Lo de siempre. Manotazo para coger el móvil, con los dedos todavía torpes. Abro Instagram. Su perfil,
@leorey. Público, por supuesto. El puto rey no se esconde. Y me hundo en la tortura diaria. Las fotos son un veneno que me meto por los ojos: él en fiestas, riéndose; él sin camiseta, sudando después de entrenar; él con esa puta sonrisa de medio lado que parece decir "sé exactamente la puta mierda que eres".
Y los comentarios. Un puto harén de niñatas escribiendo "rey", "guapo", "papi". Joder.
Y mi polla, la puta traidora, se despierta en mis calzoncillos. Dura como una puta piedra. Y me toco, joder, claro que me toco. Pienso en todas ellas queriendo estar con él, y luego pienso en mí, de rodillas, con el sabor a tierra y a derrota en la boca. Y la idea de que yo soy su secreto más asqueroso, la única cosa que lo rebajaría si se supiera... esa idea me pone tan jodidamente duro que duele.
He aguantado hasta la tarde. He fingido estar enfermo para no ir al tuto. Imposible. Necesitaba estar solo con mi puto veneno, con mi obsesión. Pero la soledad en este cuarto de mierda se ha vuelto un grito, un puto eco que me taladraba la cabeza.
Y en un momento de debilidad, de estúpida nostalgia por el chaval que era hace tres putos días, he hecho lo impensable. Le he escrito a Ana. A
@luna.azul. Qué puto nombre tan ridículo y tan limpio.
Ha contestado al segundo. La pobre. Preocupada, claro. "¿Qué tal? Pensaba que te había pasado algo".
Y yo, como un gilipollas, le suelto una media verdad, un vómito de palabras que ni yo mismo entiendo. Le digo que no es algo físico. Que es por una persona. Que me obliga a hacer cosas. Cosas que me hacen sentir como una puta mierda. Y la peor parte, le escribo, es que después de la mierda... una parte de mí se siente... bien. Y que eso me da más asco que nada.
Su respuesta es inmediata. El puto manual de la buena amiga. "Julián... Escúchame. Eso no es tu culpa. Es manipulación". "Nadie tiene derecho a hacerte sentir así". Palabras de algodón. Putas palabras limpias que no sirven para secar esta puta sangre. Mientras leía su bondad, la única voz en mi cabeza era la de Leo, riéndose a carcajadas. ¿La niñita te va a salvar, fantasma? ¿Con palabras bonitas?
Entonces ella me escribe que está muy preocupada, que si quiero que hablemos por teléfono. De verdad.
Y ahí, joder. Ahí me ha golpeado. Al imaginar su voz dulce y preocupada al otro lado de la línea, la fantasía me ha explotado en la cara. Me he imaginado a Leo a mi lado, en mi cuarto, leyendo la pantalla por encima de mi hombro. Y riéndose. Riéndose de ella, de su puta ingenuidad, de su intento de salvar al bicho raro...