(Estos relatos están basados en parte en fantasías propias del autor, PERO EN UNA GRANDÍSIMA PARTE SE CORRESPONDEN A HECHOS TOTALMENTE REALES VIVIDOS POR ÉL, que parecen sacados de su imaginación pero que de verdad ocurrieron. Viva la vida que te sorprende y enriquece con este tipo de cosas. Lo que es realidad y lo que es fantasía lo dejo a elección del lector. Podéis preguntarme cosas puntuales, que no voy a mentir, pero sí, no sé si lo voy a contestar. Depende de la pregunta. Espero que os guste.)



Nos levantamos y había un sol espléndido. Nos quedaba la última noche en Roma y al día siguiente ya salir para Madrid en avión.

Yo me levanté muy animado, pero a medida que avanzaba el día me di cuenta de que simplemente era por el gran día que hacía en la ciudad, porque realmente me torturaba lo sucedido la tarde anterior. Sobre todo, por la declaración que le hice a Don Juan.

No es que estuviese arrepentido porque era lo que realmente sucedió y fui fiel a mis puñeteras ansias de siempre de decir la verdad. Era porque incomprensiblemente yo había por primera vez declarado mi pasión por un hombre mayor que yo, gordito, divino en sus gestos y tratos, pero indudablemente “HETEROSEXUAL”.

No sabía qué había hecho él. ¿Y si había dejado rellenado un “parte de disciplina” por mi declaración y al llegar al Colegio me las tenía que ver con un Consejo Escolar incluso de expulsión? En aquellos años en España estaba muy mal visto las actuaciones que dejasen ver un comportamiento homosexual, o al menos eso creía yo que podía pasar. ¿Y si se lo había comentado al resto de profesores que nos acompañaban en ese viaje? o ¿Y si se lo había comentado a todo el mundo, profesores y alumnos?

Mi actitud fue de evitar cruzarme con él, avergonzado y temeroso.

Las poquísimas ocasiones que no pude evitarle, salía corriendo, como un conejo temeroso, de su campo visual.

Ya se acercaba el final de la tortura. Llegaba la hora de cenar, que lo hicimos más pronto de lo normal, luego un poquito de charla con todos los compañeros y finalmente a nuestras habitaciones, que teníamos todavía un par de horas para compartir con los compañeros de habitación.

Cuando nos hallábamos en nuestra habitación sonó la puerta. Era Don Juan.

Al compañero que abrió le preguntó si estaba yo y si quería en esas dos horas echar una o dos partidas de ajedrez.

Yo estaba supernervioso. La verdad es que ese acto por su parte fue muy bonito porque de alguna manera era como queriendo dejar las cosas en paz para mí. No sabía qué iba a suceder, pero tenía claro que estaba en sus manos y en su buen juicio y me rendí ante ello. Era la primera vez que me daban una lección así, era coger el toro por los cuernos, toro que durante todo el día yo estaba evitando.

Le pregunté donde íbamos porque en nue...