Eran casi las seis de la tarde de un domingo primaveral. Francisco llevaba desde el viernes a la tarde intentando ligar, pero parece que ya no calificaba como mercadería deseable a sus sesenta y dos años.

La mayoría le rechazaban por ser muy mayor, otros, los menos, por no ser lo suficientemente viejo. Obviamente, la mayor parte de los mensajes que recibía eran de findoms. “Findom, mi coño” – pensaba él – “un chapero de toda la vida”.

También estaban los que él rechazaba o dejaba de hacer caso porque le parecían fantasmas. Entre ellos, un chico de 23 años que le había escrito el sábado a la mañana.

“Que va a querer un niñato de 23 años con un viejuno como yo “ - exclamó en voz alta como quien discute con un dependiente de mercadillo concurrido. Porque sí, admitamos que si bien no podríamos tachar de mal educado a Francisco, tampoco se destaca por su elegantes maneras.

Creo que una frase que él mismo dice en tono irónico, cuando le preguntan si es gay, es la que mejor le define: - No, no soy gay. No fui a la universidad. Soy maricón de to’a la vida”.

El chico le volvió a enviar un mensaje por esta misma web, o “güé” como le dice Francisco.

- ¿Qué pasa, putita? ¿Sigues desesperada por polla y nadie te la quiere dar?

Estuvo a punto de no contestarle, pero decidió hacerlo.

- Mira, niñata. ¿Por qué no vas a jugar con la Nancy y dejas a los mayores con sus cosas?

- La Nancy te la voy a meter por el culo, gilipollas. Anda, abuelita, ven que las nuevas generaciones te enseñen como se arregla a hostias a una puta vieja como tú. - se leyó en una airada seguidilla de mensajes que seguían con: - Tengo la suficiente experiencia como para detectar la carne útil, zorra. Tienes a un yogurcito con ganas de darte caña y por vieja prejuiciosa te lo vas a perder. Y déjame decirte que de femenino no tengo nada. Tengo unas ganas de darte unas buenas hostias, a ver si te arreglo el disco duro que ya no te funciona bien. Anda, aprovecha que no todas las golfes del INSERSO tienen la posibilidad que te estoy dando.

La respuesta, le hizo sonreír. Era la satisfacción de haber podido traspasar su frustración dominical a otro.

Mientras estaba tecleando su respuesta, un sutil “Veta a cagar moscas”, le llegó una foto. Una de esas típicas fotos, conocidas como fotopollas, que abundan en los chatas, apps y webs gay.

Se veía una foto de un tamaño medio, aunque algo gorda, en especial su fresón, rodeada de abundante vello castaño y una incipiente tripilla.

Fue esa foto, lo que le hizo cambiar de actitud a nuestro protagonista. No por la polla en sí. Había visto muchas pollas más llamativas en su vida de cibes, saunas y callejones oscuros. Fue justamente lo normal de esa polla lo que le hizo creer que quizás el chico iba en serio. Nadie enseñaria una polla tan no...