Bienvenido al comienzo de un relato interactivo. Cada capítulo te llevará por caminos de deseo, sumisión, poder, descubrimiento y juego. Al final de cada entrega, tendrás la opción de decidir qué camino tomará el protagonista. Tú mandas, tú eliges, tú modelas el destino de esta historia. Si te gusta esta propuesta, déjamelo saber en los comentarios. Si hay participación, seguiré escribiendo capítulo a capítulo según lo que decidáis. La historia está viva… y tú eres parte de ella.




Capítulo 1: La invitación

El pitido del microondas rompió el silencio del apartamento. Martín no se movió del sofá. Tenía la mirada perdida en el reflejo oscuro del televisor apagado, rodeado de las sombras alargadas de su propia desidia. Otro viernes por la noche, otra cerveza caliente a medio beber, otro mensaje de voz sin responder de su ex. El aire olía a encierro, a rutinas podridas. Era como si su vida estuviera en pausa.

Tenía treinta años, y todo el cuerpo de alguien que parecía no necesitar nada más que un espejo y un gimnasio. Pero Martín sabía que había algo más dentro, algo insatisfecho, oscuro, que no se resolvía con una corrida rápida frente al portátil ni con un polvo ocasional de Grindr. Había una inquietud constante en el pecho, una punzada detrás de la lengua cada vez que decía que todo iba bien. Un susurro que le gritaba: miente, miente, miente.

Encendió el móvil. Miró el icono de WhatsApp. “Última vez visto: hace 4 días”. Su ex. Leo. Se había ido sin mirar atrás. “No puedo más con tu muro, con tu fachada”, le había dicho. “No quiero follar con una máscara.” Martín no respondió. Porque no sabía cómo quitarla. Ni siquiera sabía si lo que había debajo le iba a gustar.

Recordó entonces una tarde de hacía meses, en una terraza semivacía en Malasaña. Leo se había quitado la camiseta debajo de la mesa, lo miraba con esa sonrisa suya que mezclaba ternura y provocación, y lo empujó a seguirle hasta el baño del bar. Entre olor a cerveza vieja y baldosas húmedas, lo besó con fuerza y se arrodilló sin pedir permiso. Martín se dejó hacer. Miraba el pestillo mal cerrado, atento a cualquier ruido, mientras sentía la boca de Leo engulléndoselo con hambre. Todo era preciso, ardiente… pero él no temblaba. No se perdía en ese calor. Lo vivía desde lejos, como si mirara su propio cuerpo desde un rincón del techo.

En otra ocasión, fue en un parque de noche. Leo lo había agarrado del cuello con una mano firme mientras lo empujaba contra un árbol. “Te quiero así, entregado”, le había susurrado. Martín se dejó hacer. Bajó los pantalones sin decir palabra, mientras las ramas susurraban encima de ellos. Leo lo tomó de pie, rápido, sin mirarlo a los ojos. Cuando acabaron, Leo jadeaba como si hubiera cruzado el cielo. Martín se subió los calzoncillos sin una sola gota de sudor en la f...