Escrito por: secre
1396 palabras
Ella no protesta. Al contrario, suelta un suspiro que se convierte en un ronroneo suave y profundo, como si estuviera esperando esto desde el primer cruce de miradas. Abre las piernas más aún, sube la cadera y te da vía libre para insistir.
Aprietas más, el aceite hace que el dedo resbale fácil sobre el agujero, marcando, presionando, notando cómo el cuerpo de ella responde, cómo ese agujero se relaja bajo tu toque, abriéndose apenas, preparado para lo que venga.
Comienzo a acariciar su interior con un dedo. Entra fácilmente gracias al bronceador. Ella suspira. Exploro más allá, entre sus piernas. En busca de sus labios inferiores. Me encuentro con la sorpresa de dos pequeños testículos, depilados y lo que creo que es una jaula de castidad pequeñísima.
Me da un pequeño espasmo con la sorpresa. Y undo el dedo profundamente en su ojal dejando mi peso caer. El dedo se hunde sin resistencia, todo resbala con el bronceador. Hasta que mi mano hace de tope de la profanación de su culito. El calor interior te envuelve el dedo, y ella gime, agachando aún más la cadera, como dándote todo el acceso que quieras. Te animas y avanzas con la otra mano entre sus piernas.
Pero lo que tocas te cambia el panorama. Entre sus piernas, ahora sí, revelas dos testículos pequeños, perfectamente rasurados, y una jaula de castidad diminuta, fría y rígida contra tus dedos lubricados. La sorpresa te recorre el brazo, pero ella ni se inmuta; al contrario, aprieta los glúteos contra tu mano y ronronea casi desafiante. Creo que está acariciando mi dedo con el interior de su culo
—¿Interesante, eh?— susurra. Ahora entiendo esa voz algo ronca. Me mira por encima del hombro con una sonrisa maliciosa—. ¿Esperabas otra cosa?
Su posición no cambia. Sigue abierta, ofrecida, como si no esperase ningún freno por tu parte, desafiándote a ver hasta dónde llegas ahora que conoces su secreto.
No hay nadie en la cala, sólo el susurro del mar y tu respiración acelerada. Aprovechas el momento, bajas el bañador y liberas tu polla, dura, marcada con venas e hinchada de deseo reprimido. Te colocas a su lado, sujetándola bien en la mano, y se la acercas directo al rostro.
—Mira cómo me tienes —le sueltas, voz ronca, seguro, dejando que la punta casi roce su mejilla.
Ella gira la cabeza, deja el pelo caer hacia un lado y te clava la mirada. Sonríe, mezcla de desafío y pura adoración, y saca la lengua, rozando apenas el glande, recogiendo una gota de tu humedad con la punta.
—Eso es lo que quería ver —susurra, abriendo más la boca, sin apartar los ojos de los tuyos—. Manda, usa, haz lo que quieras.
Su sumisión es absoluta, y la situación te coloca por encima sin apenas esfuerzo. Tienes el control, el cuerpo de ese monumento travestido suplicando entre tus manos, la boca abierta esperando órdenes o castigo...
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