Escrito por: culonaenbragas
1580 palabras
Más tarde volvimos a encontrarnos en el barracón, pero no tocamos el tema. Ellos y yo lo llevábamos con discreción, por el momento, porque en los sucesivos días la cosa fue cambiando. Como ya se entenderá, durante el periodo de campamento en la mili, de recluta, todo se hace a la carrera y casi no hay tiempo para nada. Pero sí lo había en los momentos de ocio: para enrollarse con los colegas, comerse un bocata en la cantina, buscar formas de pasar el rato… Momentos que se aprovechaban para comentar todo tipo de chismorreos y en los que se contaban muchas de las historias sucedidas entre “la reclutada”, sobre todo las que causaban un mayor regocijo. En mi compañía, la 14.ª, y aledañas, no tardarían en saberse nuestras correrías. Afortunadamente, no llegaron a trascender más allá. Aunque solo en un principio.
Toñete, el gitano, me andaba rondando para tenerme controlado, siguiendo con la intención de hacerme su puta. Al día siguiente de la movida del barracón, prácticamente no pudimos vernos, pues se hicieron ejercicios diferentes a los habituales y estuvimos separados en distintos grupos. Con lo que no hubo manera de organizar nada de lo previsto. De su colega sevillano, Manolo, noté que se iba distanciando de mí, evitándome, con cara de no querer meterse en líos. Pero algún tiempo después, por medio del Toñete, me enteré de que tenía conocidos de su barrio en la 13.ª, a los que había dicho que en su barracón había un maricón que usaba bragas y que le llamaban la culona. También me dijo que habían flipado y querían saber quién era. La verdad es que incluso me dio morbo.
El Toñete era un gitano guapo, morenazo de pelo y piel, con cuerpo atlético, ojos grandes y una sonrisa encantadora que me desarmaba. Muy gracioso y “echao palante”, como buen gitano. Machista y dominante. Si me tenía a la vista, me guiñaba el ojo y sonreía, sacaba un poco la lengua y se la pasaba por los labios mirándome, sin importarle nada. Le gustaba que todos supieran que tenía una maricona para él. Sobre todo cuando en la cantina se ponía a cantar flamenco y dar palmas zapateando, y me lanzaba besos a distancia para ponerme contenta. Sabía que me tenía enamorada hasta las trancas y se aprovechaba. Y también sabía que yo quería ser su puta. Cuando ya estaba medio borracho, me decía delante de todos: “Ven, culona, ¡enséñanos las bragas!”, provocando el regodeo de los presentes. Yo hacía como que no me enteraba y seguía bebiendo, como que pasaba del tema. Pero no podía evitar que me salieran los colores. Aunque a esas alturas ya era del dominio público, los comentarios del gitano, sumados a mi reacción, no eran sino la confirmación de que era verdad que usaba bragas, lo que hacía que muchos me dedicaran sonrisas burlonas acompañadas de palmadas y pellizcos en el culo para ponerme caliente. Con un… “¡¡Esa culona!!” Y no solo no me desagradaba, sino que me ponía cachonda....
La mili en bragas II
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