Vacaciones en Isla Paraiso Cap.9

Llegué a casa después de una jornada exhaustiva de trabajo, abrí la pequeña puerta de madera en la cerca, que debía medir acaso un metro con veinte centímetros y caminé por el sendero hacia el porche. Subí descalzo los dos escalones y me detuve antes de entrar para asear mis pies.

Abrí la puerta, la cual no tenía llave, y me adentré en la cabaña. Suspiré y avancé hasta el comedor donde puse el morral que llevaba sobre mi hombro. El lugar al cual me rehusaba llamar hogar, era una cabaña pequeña pero muy cómoda, tenía una sala con un sofá, un área de comedor con una mesa para cuatro personas, una cocina, una habitacion, un baño y un cuarto diminuto que podía servir para diferentes cosas, alacena, almacén o cuarto para el esclavo. Pero Román había decidido que yo debía dormir con él en su cama.

El sabueso logró lo que quería, me hizo su esclavo personal. El día que regresé de la cascada me llevaron a la cabaña donde Román me esperaba, su semblante arrogante esperaba que le agradeciera, pero lo único que hice fue maldecirlo. El fornido hombre me tomó con fuerza del brazo y me exigió darle las gracias. Un agradecimiento a su manera, sobre la mesa del comedor.

Fui a la cocina para comenzar a preparar la cena, tenía la libertad de hacer lo que yo quisiera - siempre y cuando fuera del agrado de mi amo. Saqué pollo y verduras del refrigerador, puse a hervir agua en la estufa para cocer pasta. Salí por la puerta de la cocina hacia la parte de atrás, un pequeño jardín delimitado por la misma cerca blanca que dividía todas las demás cabañas.

“¿Cual es el menú de hoy?” escuché preguntar del otro lado de la cerca.

“Haré algo de pollo, con verduras” dije de pie frente al limonero que tenía frente a mi. “Y prepararé una limonada”

“Suena delicioso” dijo Arlo, el joven que vivía en la cabaña contigua. “Extraño el pollo…” su tono añoraba el sabor de la carne blanca. Felix, el sabueso al que servía, sólo comía carne roja.

“Hey, Arlo” llamó alguien desde el otro lado, los dos volteamos como si no supieramos que se trataba de Dany, el chico que vivía enseguida.

“¿Qué pasa Dany?”

“¿Me darías un poco de romero?”

“Claro” Arlo cultivaba sus propias plantas aromáticas y hierbas de olor. El joven, que tenía 22 años, se acercó al arbusto que mantenía como un diminuto pino y cortó una rama. Después de acercarse al otro extremo de la cerca para entregárselo a Dany, volvió conmigo para entregarme unas ramas de otra planta. “Es menta. Ponle unas hojas a tu limonada, le dará un toque fresco”. Lo miré y tomé las ramas.

“Muchas gracias…” Yo sabía que mi vecino hacía uso de esas plantas intentando mejorar el sabor de la orina del sabueso. “Ehm… ¿Quieres limones?” le ofrecí los frutos que daba el árbol en mi patio trasero.