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Se cerró la puerta a mi espalda, me dirigí al ascensor y mientras bajaba me sentía bien, pero no sabía si estaba contento por cerrar el trato o por cómo me sonrío Juan al irme.
Esa tarde y durante toda la noche, intente dejar de recordar en como había acabado todo, restándole importancia a haberle lamido los pies, pero no paraba de recordar sus últimas palabras: “Cuando vengas, no te olvides de que me limpiaras los pies antes de irte, criada”, sabía que Juan no bromeaba, había pasado un buen rato y aun tenía molestias en la boca.
Me quería dormir con la idea de que no iba a volverle a ver, aún tenía grabado en mi mente el tacto de sus pies y como le había chupado los dedos, no entendía nada, porque había aceptado hacerlo y porque no me había revelado, estaba avergonzado al recordar la situación y no quería repetirlo.
Pero seguía dándole vueltas a la situación, si hubiese sabido que iba a pasar, nunca habría hecho la broma de arrodillarme, ¿fue mi culpa? ¿de Juan?, en el fondo sabía que no había ningún culpable, de broma me ofrecí, y además lo hice sin negarme ni quejarme en ningún momento.
Me dormí en un mar de dudas, al despertarme eran las diez, me encontraba bien, no sentía molestias y eso me dio el empuje que necesitaba para plantarle cara a Juan, estaba decidido a llamarle para decirle que no voy a ir, que ya no estoy interesado y así acabar con todo.
Juan no me dio la opción, en mi móvil tenía un mensaje suyo, recibido a las nueve de la mañana, en el que decía: “Buenos días, me ha salido un compromiso, te espero hoy antes, las 14:45h, que debo salir a las 16:30h. Gracias.” Casi una hora me pasé enfrente del móvil, escribiendo y borrando mi respuesta, hasta que al final me decidí a contestar: “Gracias por la oportunidad Juan, pero no puedo aceptarla, lo siento por las molestias y muchas gracias.” Pero le envié: “Vale, allí estaré, hasta entonces”.
Como él tenía prisa, supuse que iba a ser un servicio normal y sencillo, y me autoconvencí de ello, no podía dejar tirado a Juan, no quería decepcionarle, quería ir.
Llegué a la hora acordada, vez vestido con vaqueros y un polo, algo más formal para causar una mejor impresión y pique en su piso para que me dejase entrar.
Me decepcione al llegar y ver que Juan no estaba esperándome en la entrada, seguí las indicaciones y me descalce para entrar en el piso, al pisar el suelo descalzo me volví a sentir expuesto y nervioso, recordando el final de ayer.
Ya no estaba muy seguro de que iba a pasar, pero bueno, entre en el comedor y volví a encontrarme con Juan, mi mirada se fue hacia el suelo instintivamente, volviendo a encontrarme con esos pies, que ya conocía.
Juan estaba sentado en el sofá, concentrado en el portátil y no se percató de que le estaba mirando los pies, vestía con ropa cómoda, sin mirarm...
El mensaje de Juan (II)
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