Aquel viernes había ido a visitar a un amigo que trabaja en un edificio de investigación científica. Comimos juntos en el comedor del edificio, y en torno a las tres de la tarde, subimos a la segunda planta para enseñarme su despacho y cómo es el edificio por dentro.

Me enseñó su despacho, estuvimos hablando de sus cosas media hora, y después le dije que yo tenía que irme, porque quería mirar Internet y hacer cosas en el ordenador. Me dijo que en el edificio podía conectarme. Había ordenadores en la biblioteca, y necesitaban contraseña, pero él, como investigador, tiene acceso y contraseña, por lo que me acompañó a la biblioteca, me abrió un ordenador, y nos despedimos.

El ordenador era una maravilla de rápido con la conexión, pero la intimidad era una mierda, porque estaba de espaldas al público, y me lo podían ver todo. Pasaban gente andando por detrás, el bibliotecario, investigadores, etc, y yo me había conectado a mis webs porno y al foro de tuamo, y todo el rato estaba mirando con el reojo para que no me vieran lo que hacía, y no me echaran bronca.

Al cabo de una hora ya había hecho todo lo esencial, y decidí irme. Pregunté dónde estaban los lavabos, porque me estaba meando mucho, y me indicaron que en todas las plantas.

El de mi planta lo estaban fregando y no se podía entrar. Me dijo la señora de la limpieza que fuera al de la planta de arriba, que ya estaba seco. Subí. Rápido me puse a mear, que no aguantaba más, y justo al empiezo del chorro oí que entraba alguien.
No me fije quién era. Yo estaba centrado en mear y apuntar bien, cuando de r
epente noté algo que se me clavaba a la espalda.

- “No te gires y no grites, y no te pasará nada”.

Me quedé petrificado.

- “Sigue meando, y no te guardes la polla”.

- “Por favor” – supliqué – “no tengo dinero, sólo he venido a ver un amigo, no trabajo aquí”.

- “Calla, zorra, ¿me has oído?”.

- “Por favor, no me hagas daño, no tengo nada”.

- “Te he dicho que te calles. Levanta los brazos y apoya las manos en la pared. ¡Ya! Hazlo, y todo será más fácil. ¡Y no te subas los pantalones!”.

Obedecí al instante. Dejé mi polla diminuta aun goteando orina al descubierto, y puse mis manos en la pared. Tenía la esperanza de que, en un edificio público, alguien vendría muy pronto y me ayudaría.

- “Te he visto en la biblioteca. Estabas mirando tuamo. Eso me gusta, y mucho. Eres una puta zorra viciosa, ¿verdad que sí?”.

Al instante dije que sí, pero me recriminó, y me ordenó dirigirme a él como Amo.

- “Sí, Amo” – repetí de nuevo.

- “Desnúdate. Del todo, y no te des la vuelta, y no me mires ni un segundo, y no te ocurrirá nada. Obedece, y será divertido”.

Temblando de miedo porque no sabía qué llevaba de arma...