Aldo se levanta a trabajar temprano y antes de irse le deja un plato de comida al Sayayin en su calabozo y vacía en el WC de mi baño la cubeta en la que el Sayayin hace sus necesidades.

Hoy, como todos los días, me despierto a las doce, camino al calabozo y abro la puerta. Sayayin ya sabe que mis primeros meados de la mañana son para él. Me costó trabajo entrenarlo para que se los bebiera:

Había pasado tres semanas bajo mi poder, yo había racionado tanto su comida que siempre se quedaba con hambre. No es que lo matara de hambre es que siendo un boxeador exitoso y estando acostumbrado a dietas de mucha proteína, la verdura y el pescado que le daba diario lo nutría pero no lo satisfacía, estaba de mal humor y se quejaba constantemente, pero al final de cuentas el Sayayin era simplemente un primate al que era fácil adivinar sus reacciones.

-No puedo seguir comiendo esta mierda- me dijo un día aventando el plato al piso, el plato estalló en mil pedazos y la comida quedó regada a sus pies.

-Ya te expliqué que si me están vigilando no puedo de la noche comprar el doble de carne que compramos habitualmente- le dije, no estaba paranóico pero para que mi plan funcionara Sayayin debía desaparecer por completo en mi casa sin que se notara que algo había cambiado en mi vida diaria.

-¡Es que necesito comer más!- me gritó levantándose furioso de su colchón, en ese entonces el colchón estaba en el centro del calabozo, la cadena en su tobillo era muy corta y yo podía hacerme rápido a una orilla para quedar completamente fuera de su alcance.

-¡Sentado!- le dije de inmediato tomando la fusta con la que solía golpearlo los primeros días en las nalgas para “moldear su carácter”. Sayayin sabía que no importaba si me pegaba, tarde o temprano recibiría su castigo y no sería condescendiente.

Sayayin regreso al colchón a sentarse- no, no mereces estar sentado, ponte de rodillas- le ordené y el boxeador obedeció de mala gana.

-Ya que no eres capaz de agradecer lo que te compramos para comer sin que pagues por la comida, vas a recibir un castigo- le dije- vas a comerte lo que acabas de tirar al suelo como un perro, sin usar las manos-

Sayayin no se movió, se mantuvo estoico con el pecho erguido, de rodillas pero firme, como un soldado que está siento interrogado.

-Gustavo- le dije tomando la fusta- si no te la comes te voy a dejar sin comer hasta que no puedas levantarte- Sayayin no se movió, me quedé ahí quieto, sabía que no lo haría, cogí una escoba que mantenemos siempre dentro del calabozo y empujé la comida fuera de su alcance. Salí del cuarto sin decir nada.

Regresé dos horas después a la casa con dos platos de perro que tuve que comprar en la Ciudad para que nadie me viera hacerlo en el pueblo. Entré al calabozo, puse el primer plato en el piso y dándole la espalda al Sayayin, lejo...