Escrito por: tatianacros
2175 palabras
Llevaba en el Club Armenia casi tres meses, cuando un día estando próximo la llegada del verano y encontrándonos en la sala de exposición, se presentó Moah acompañado de Badra y nos hicieron formar en hilera ante ellos.
Así Moah, comenzó a señalar con el dedo a cuatro de las chicas que estábamos allí formadas, entre las que me hallaba yo, además de Andrea la chica gallega, Doris la negrita y una chica marroquí llamada Sabira. A Badra le extraño que señalara Moad a la chica de color, al ser ramera de confianza y preguntó:
- Ha elegido usted a Doris…Doris también va?
- Sí… sé que allí a los saudíes, les gustan las travestis de color. –contestó Moah
Una vez se marchó el dueño, la madame Badra nos hizo saber que éramos trasladadas a un pueblo turístico llamado Ifrane, donde había mucha afluencia de ricos marroquíes y saudíes, que acudían allí a pasar sus vacaciones de verano.
Al poco rato, nos hallábamos las cuatro travestis y las seis chicas biológicas elegidas por el dueño, subidas a dos vehículos anticuados camino de nuestro nuevo destino.
Tras cuatro horas y media de camino, llegamos a una calle a las afueras de Ifrane y concretamente a una de las casas de una sola planta, que componía toda aquella alargada calle.
Allí nos recibió un marroquí grandullón llamado Madani y su mujer Malak. Madani era el encargado por Moah de aquel tugurio y su mujer una antigua prostituta a la cual él retiro y que desempeñaba labores de hadja o madame.
Tras pasar una pesada puerta metálica con una ventana en el centro, accedimos a la casa a través de un oscuro pasillo con una habitación en uno de sus lados, donde se encontraban esperando clientes una decena de mujeres, algunas casi chiquillas, excesivamente maquilladas y ligeras de ropa, hablando y riendo a carcajadas. El olor a rancio, a perfume barato y a fritura invadía aquellas dependencias. Tras pasar un pequeño patio, llegamos a unas habitaciones que serían nuestros dormitorios, se trataban de habitáculos con un lavabo y con varias camas de metal recubiertas con pieles de cordero y al fondo, una ducha y un wáter. Esas serían nuestras habitaciones.
No tardamos tiempo en acomodarnos, ducharnos, maquillarnos, vestirnos con un sujetador y tangas y ser llevadas a la habitación que había en el pasillo de entrada, para ser ofrecidas y exhibidas a los clientes que entraran a solicitar servicios, lugar aquel donde las chicas permanecían sentadas en una especie de poyo, las biológicas a un lado y las travestis al otro.
Ninguna de aquellas mujeres teníamos más de 35 años y varias no alcanzaban los 18, sobre todo una chica travesti marroquí guapísima, morena de ojos claros, cuerpo delgado y escultural, con unas piernas bien formadas y un culito muy apetecible, que según ella, aún no había cumplido los 17 años.
Se llamaba Halima, proce...
TATIANA: EJERCIENDO DE PUTA EN UN PUEBLO MARROQUI.
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