Este relato no es mío lo publico para qué sepáis el amo que deseo encontrar

-Dime, amiguito, ¿estás listo para convertirte en mi puta y en un esclavo sexual de este club? –demanda saber.

Esas palabras aterran a Joe, quien niega débilmente.

-¡Responde! –le grita y azota, lentamente, alzando mucho la enorme mano de palma abierta y dejándola caer sobre la nalga derecha, estremeciéndola. El joven siente el picor intenso.- ¿Estás listo para ser mi perra? –vuelve a darle, disfrutando lo que hace; adiestrar chicos nuevos, luchar contra su resistencia hasta que terminan felices siendo zorras pasivas y sumisas, era estimulante. Sobre todo por eso, porque sabe, como sabe que al otro día saldrá el sol, que terminará convirtiéndole en un esclavo sexual y juguete de todos sus caprichos. Nalguea una y otra mejilla, rojas, llenándole los ojos de lágrimas al fortachón, quien grita que no, debatiéndose, intentando escapar, no queriendo admitir que cuando la mano sube, la espera con dolor y placer anticipado. Pero duele, no le importa esconderlo ahora, algo asustado como también está.

-¡Si! Si, seré tu perra… -lloriquea en voz alta, rostro bañado en lágrimas. Otra nalgada, mientras le mira, severo, y Joe se muerde el labio inferior.- Seré tu perra, señor. –se oye roto y humilde.

-Mucho mejor, muchacho. –le sonríe, acariciándole las enrojecidas carnes, tal vez algo duro, porque a Joe le parece grato pero también irritante.- ¿A qué has venido a esta casa, zorra?

-Yo… -duda, la mente todavía embotada.- Vine para servirte en todo lo que quieras. –jadea con rapidez, buscando le deje en paz.

-Bien, bien, eres un buen muchacho… -sonríe cruel el anfitrión.- Estoy tan contento de escuchar eso que deseo probarte ahora mismo. –advierte, mirándole fijamente.

-¿Qué…? No, yo… -las nalgadas no se dejan esperar, metiéndole ahora tres dedos de su otra mano en el culo.

Sonriendo de lujuria mientras los mete y saca lentamente, agitándolos para abrirlo, con la otra le nalguea y el muchacho gruñe apretando los dientes para no gimotear, la nalga que recibe la última palmada le arde mucho.

-¿Decías algo, zorra? –pregunta empujando hondo los dedos y descargando un sonoro bofetón dado con el dorso de la mano, el cual resulta particularmente irritante.

-No… -otra nalgada, y dolía y era humillante, tal vez por ello de los ojos del joven brotan nuevas lágrimas.- ¡No, señor…!

-Bien, bien… es hora de que vayas aprendiendo… -se baja los pantalones de cuero que caen hasta los tobillos, mostrando a los alarmados ojos de Joe, nublados por el llanto, una verga muy blanca, semi flácida y aún así de buen tamaño.- Ahora, zorra, quiero que caigas de rodillas, abras bien esa boca y comiences a chupármela con ganas, toda guarra como sé que eres.

Las dudas del joven duran poco ...