Escrit per: pcnso5
941 paraules
Advertencia: El siguiente relato contiene relato y descripciones de tortura en consonancia con el título y contenido de esta web.
Jorge se encontraba sentado en una silla en un despacho medianamente iluminado. Frente a él, al otro lado de una mesa de caoba, un hombre maduro, de unos sesenta años, quizá más, intentaba convencerle de que contestara a sus preguntas. Aún atractivo, el hombre vestía un elegante traje azul oscuro, camisa de un blanco inmaculado y corbata a juego pulcramente planchada. Su pelo blanco, bien peinado, hacía juego con su voz aterciopelada.
-Mira, hijo, es muy sencillo: cuéntame lo que te pido y ya está, serás libre. De lo contrario, poco podré hacer por ti.
-Le repito que no sé nada, no tengo ni idea de qué me habla.
-Vamos, vamos. Tú y yo sabemos de qué va esto. Yo estoy aquí para protegerte pero, en cuanto me vaya, los guardias harán su trabajo, y te aseguro que lo harán a conciencia.
-Insisto; no sé de qué me habla. Todo esto es un error, respondió el joven temblando.
El hombre no perdió la compostura.
-Te propongo un trato. Tú me cuentas quiénes son tus compañeros, dónde localizarlos y vuestros planes y yo, a cambio, te regalo unas horas con una o dos de nuestras chicas, que harán contigo lo que tú quieras. Bueno, o dos chicos, si te gustan más.
Jorge obvió decirle que las mujeres le volvían loco aunque, la verdad, llevaba mucho tiempo sin mantener relaciones sexuales. Obviamente, a sus 30 años, se masturbaba con frecuencia pero no eran esas las confesiones que el interrogador quería oír y guardó silencio.
-Oh, vamos, no seas testarudo. Te puedes imaginar algo, sólo algo, de lo que ellos –enfatizó la palabra ellos- van a hacer contigo en cuanto yo te abandone. Tú eliges: unas horas de intenso placer o quién sabe cuánto tiempo de indescriptibles dolores.
-Por favor, señor –Jorge empezaba a romperse-, no sé nada.
-En fin –dijo el hombre del cabello blanco levantándose tras tocar un timbre en la mesa-, nada más puedo hacer por ti. A partir de ahora, estás en manos de ellos y de ti mismo.
No había terminado de decir estas palabras cuando entraron en el despacho los jóvenes que le habían llevado al mismo, le agarraron por los hombros y le condujeron por unos angostos pasillos hasta unas empinadas escaleras, que desembocaban en lo que parecían ser unas galerías subterráneas. Tras un recorrido interminable, Jorge y los guardias llegaron a lo que, sin duda, era una sala de tortura.
Una vez dentro, los jóvenes soldados le conminaron a desnudarse. Jorge vestía la ropa casual que llevaba cuando, dos días antes, había sido detenido a la entrada de su oficina. Desde entonces, había permanecido incomunicado, salvo las veces en que fue conducido a presencia del hombre del pelo blanco. Se desnudó sin rechistar aunque, cuando llegó al calzoncillo, se quedó...
La tortura de Jorge
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