Estoy desnudo e inmovil sobre la cama. El Amo ha sujetado mis brazos y mis piernas con cuatro correas y me ha momificado después usando varios rollos de cocina. Sólo mi cabeza y mis pies han quedado sin envolver. Él está en el baño, preparandose, mientras yo disfruto de mi inmovilidad porque sé que es el momento de tranquilidad que precede a mi suplicio.

El Amo sale del baño. Sólo lleva puesto un slip negro, pero lleva en la mano un neceser cuyo contenido desconozco. Acerca una silla a los pies de la cama y se sienta. Desde mi posición tengo que hacer grandes esfuerzos para alcanzar a verle, por lo que desisto de intentarlo. Siento como masajea mis pies. Primero las plantas, luego los talones, por último los dedos. Y vuelve a empezar. Tras dos pasadas, comienza a usar su lengua. Recorre mis pies con ella de abajo a arriba, de manera lenta y concienzuda. Ambos disfrutamos, pero la situación me recuerda que soy un objeto que se encuentra a merced de su voluntad. El Amo ahora disfruta de mí de una forma que me resulta placentera, pero pronto podría cambiar de opinión. Este pensamiento me inquieta.

Pronto el Amo decide cambiar de juego. Saca un bote del neceser y vierte su contenido sobre sus manos. Frota sus manos sobre mis pies. Se trata de algún tipo de aceite hidratante. Siento mis pies limpios, relajados, hidratados. Pero la clave, lo que busca el Amo, es que sobre todo sienta bien mis pies. Entonces comienzan las cosquillas. Me resisto a reirme. Encojo los pies para arrugar las plantas y dificultar mi tortura. Aguanto 3 segundos antes de perder el control de la risa. Los muevo desesperadamente de un lado a otro. No sirve de nada. Momificado como estoy la diferencia entre moverme o permanecer quieto es mínima. No obstante sigo moviendo los pies. No es mi elección, igual que no elijo seguir riendome, son los reflejos. Sé que hay algo que podría hacerle parar pero no se lo quiero dar.

El Amo no se apiada de mí. Soy suyo y él quiere disfrutar. Disfruta de mi risa. Disfruta oyendo cómo me carcajeo. Disfruta viendo como me retuerzo inultimente dentro del capullo de plástico en el que me encuentro. Pero creo que cuando más disfruta es cuando me escucha balbucear pidiendole que pare. Creo esto porque mis súplicas sólo sirven para que redoble su esfuerzo. Mi voluntad está a punto de ser doblegada, pero no quiero perder el juego tan pronto. No, todavía no.

Por fin para. Siento los pulmones agotados de tanto reir. Estoy sudando y estoy muy sofocado. Pero él ha decidido continuar. Busca en el neceser que trajo del cuarto de baño y saca un cepillo de puas, que restriega con fuerza por mis pies. Creo que no lo voy a resistir, pero la intensidad de las cosquillas sacan fuerzas de donde sólo había agotamiento. Me sujeta un pie con una mano mientras que con la otra lo cepilla. La sensación es terrible, es como tener mil pequeños dedos cosquilleandote. Alterno entre las carcajadas a gritos y l...