Un mes en calzoncillos (Primera parte)

Me encontraba de vacaciones en un pequeño pueblo costero del mar caribe, cuando viví la experiencia más extraña pero también más placentera de mis cortos 23 años. Mi primo Saúl, con quien viajamos haciendo mochila desde la Argentina hasta Colombia, había conseguido que le presten una casa, algo estropeada pero hermosa, frente al mar y alejada del ruido.

Decidimos quedarnos por un mes a cambio de dejarla pintando, por lo que antes de llegar pasamos viendo en un pueblo cercano los galones de pintura que nos entregó un familiar de la dueña, Roiger, un gordo cuarentón de aspecto infantil, que le indicó a mi primo que pasaría una vez a la semana para constatar que todo ande bien. Él mismo nos llevó hasta la casa en su camión, y pude notar que ya desde un primer momento se fijó mucho en mi primo, y le soltó varias indirectas. A mi también me miró varias veces el culo, no olvidó sugerir que si nos llegaba a faltar algo le avisáramos. También nos dejó una bolsa de marihuana que Saúl ocultó dentro de sus bermudas, agradeciéndole con un beso en la mejilla.

Desde luego que nos faltaba de todo, porque habíamos viajado con lo justo, intercambiando en el camino fotografías por unos pesos y quedándonos en casas de amigos que habíamos hecho en la ruta. Saúl, algo mayor que yo, era más experimentado en eso, había viajado a dedo antes y sabía como moverse y cuales eran los peligros. De aspecto fachero, delgado, onda surfer, pelo rubio y ojos claros, dorado por el sol, llevaba sus 28 años a pleno. Yo soy delgado y alto, de pelo oscuro y tez clara, ojos verdes, también me consideraban las mujeres muy lindo. En el viaje hicimos varias parejas, pero casi al último Saúl decidió que debíamos alejarnos del grupo y emprender la costa caribeña solos.