Esta mañana hablé con el dueño del piso en el que estoy de alquiler y me dijo que a última hora de la tarde se pasaría el albañil que tenía que arreglar el agujero que habían hecho en el techo de la cocina por unas humedades. El dueño me pasó el contacto para que le tuviese en la agenda y no ignorase el teléfono desconocido cuando me llamase para avisar de que ya venía.

Pedro. El albañil se llamaba Pedro. Dato a priori irrelevante y totalmente aleatorio, pero que a mí me hizo click en la cabeza.

No hacía mucho había contactado por enésima vez en una red social vainilla con un Pedro, vecino de la zona y con pinta de dedicarse a albañilería o similar. El tal Pedro reconozco que me ponía mogollón y me despertaba un cerdismo increíble. Madurazo con bigotón, tripa de buen vivir y una polla de tamaño más que aceptable, todo acompañado de una cara sorprendentemente bien conservada y una sonrisa cabrona de lo más seductora.

Como en general no hace falta mucho para que el cerebro guarro se me despierte y se ponga a viajar sin ningún control, empecé a pensar lo brutal que sería abrir la puerta y que apareciese él.

¿Me reconocería?

¿Se acordaría de mí?

En caso de que sí... ¿le gustaría en persona?

¿Sería discreto y no me diría nada, o esto acabaría como tenía que acabar?

Y si él no decía nada... ¿sería yo, el tímido introvertido, capaz de decirle algo o dejaría pasar la oportunidad?

Así me pasé toda la mañana, empalmadísimo y goteando pensando qué ropa ponerme, imaginándomelo subido en la escalera mirando el techo con la polla a la altura de mi cara y yo pululando por allí, sentándole en el sofá y disfrutando de su olor de final de jornada mientras le hacía una mamada y, en definitiva, mil millones de variantes que acababan siempre con su polla en mi boca y su leche en mi cara.

Incluso pensé en, una vez terminado el trabajo (el mío), sacarme un selfie bien lefado y ponérselo en su móvil como foto de contacto para que me tuviese ahí de recuerdo. Detallista que es uno.

Llegó la hora y yo ya no podía estar más nervioso y excitado. Al final me había decidido por unas chanclas de playa, unos boxer ligeramente holgados a modo de pantalón (muy) corto que no dejaba casi nada a la imaginación y una camiseta de tirantes: tapado lo justo a la espera del macho albañil.

Y por fin sonó el timbre. Abrí la puerta y pasó lo que tenía que pasar. Que no era él. Ni parecido.

Le llevé a la cocina, me fui al salón con el móvil y me puse a ver porno más triste que otra cosa. Maldita cabeza salida...

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