Desde mis principios como máster XL

(¡¡Ya hemos llegado al capítulo cuarenta!! Gracias a los fieles… y a los infieles, jeje. Como el reencuentro con Daniel se alargaba y me habría salido un capítulo XL, lo he dividido en dos.)
Me desperté algo más tarde de lo habitual. El reloj marcaba las siete menos cuarto, el cosquilleo agradable de la erección matutina me entretuvo unos segundos, pero el olor a café era, en ese momento, más atractivo. Me levanté y, sentado para no ponerlo todo perdido, eche una buena meada, Me puse un bóxer blanco y salí al comedor-salón-cocina. Pablo y Álvaro, vestidos únicamente con sendos chándales cortos, departían sentados uno a cada lado de la barra alta en voz queda. Sonreí, besé al cachorrito en la frente y a mi jefe en los labios. Enseguida tuve una taza de aromático café en las manos.

- Hemos dejado dormir a Martin, ayer tuvo un día de muchas emociones y debe de estar agotado.
- Buena idea.

Me acerqué a la habitación de los chicos. El polaco yacía de espaldas, completamente desnudo, con su culito prieto al aire, una pierna flexionada y el magnífico cipote flácido y los huevos cubiertos de fino vello dorado bien exhibidos. Lo contemplé mientras daba sorbos al café y mi rabo se empalmaba ferozmente dentro de la fina tela de algodón. Volví junto a mis muchachos.

- Sí que parece agotado, sí. Menudo diablillo.
- Parece que te ha animado la mañana.

Pablo me miraba el paquete. Le sonreí.

- La visión vale la pena, pero creo que necesitamos descansar.

Un mohín gracioso del muchacho hizo sonreír vivamente a Álvaro. Salí al garaje y contemplé el fabuloso lazo rosa con el que el día anterior habíamos envuelto el coche nuevo de Manu. Suerte que estaba mi jefe, que nos coordinó al resto, porque yo para estos temas soy un absoluto desastre. Empezamos a recoger la casa para dejarla a punto para la fiesta. Llené la nevera de champagne, cervezas y vino blanco y seleccioné el tinto para dejarlo en el sitio más fresco de la bodega. Cuando todo estuvo a punto volví a la leonera. Martin no había cambiado de postura. Me senté en la cama, le retiré el cabello de la cara y le besé en la frente. Abrió los ojos y tardó apenas unos segundos en ubicarse.

- Buenos días, dormilón. Hora de levantarse.

Alargó una mano y agarró sensualmente mi paquete mientras meneaba mimoso su precioso culito. Reí.

- Ya está, tigre. Una ducha y nos vamos, que tenemos cosas que hacer.

Algo decepcionado se giró, mostrando media erección muy sugerente.

- Buenos días, señor. ¿seguro que no…?
- No, Martin, tenemos que irnos. Tenemos que llegar a la ciudad, y Álvaro tiene una comida importante después de dejarnos.
- Enseguida estoy listo, señor.

Primero acompañamos a Pablo a su casa. Se despedía un tanto triste porque íbamos a estar un par de semanas separados. Lo consolé con...