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La casa de campo del amo (parte V)

Escrito por: mall

El amo me desató del árbol y me llevó tirando de la cadena hasta la parte posterior de la casa. Allí había una especie de patio, con el suelo cubierto de cemento y varios trastos. En un lado, cerca de la pared, una vieja portería de fútbol. Seguramente el amo de niño había jugado allí con sus amigos.

El amo me llevó hasta la portería y pasó la cadena que sujetaba mi cuello por encima del larguero y tiró de ella hasta que estuve justo debajo de él. Entonces el amo ató la cadena a un mueble viejo y grande que allí cerca, dando un último tirón, seco e inesperado. Si el amo hubiera tirado sólo un poco más me habría colgado directamente del cuello, pero ese hombre sabía perfectamente lo que hacía. Dejó la cadena de tal manera que me impedía tener los pies totalmente apoyados en el suelo y me obligaba a tener la cabeza mirando hacia arriba.

A estas alturas ya confiaba plenamente en el amo y había perdido el miedo a que pudiera hacerme daño, pero llega a hacerme eso nada más empezar y habría pensado que quería matarme en cualquier momento.

En esa posición me dejó el amo cuando volvió a entrar en la casa. No tardó en salir, con una silla de la cocina, una bolsa de plástico con algo dentro y una botella de cerveza. Se sentó en el centro del patio para contemplarme, sin decir una palabra, mientras iba bebiendo tranquilamente. Yo me había levantado a las ocho de la mañana y sin desayunar había cogido el coche para ir al encuentro del amo. En todo el día únicamente había bebido la meada inaugural del amo y sólo había comido su lefa y el bocadillo masticado que me había dado. Realmente tenía sed y el amo la acrecentaba enseñándome lo que disfrutaba bebiéndose esa cerveza, despacito y a pequeños sorbos.

Al cabo de un momento el amo dejó la botella, aun a medias, y dijo

“Caga”.

Creo que la cara que puse en ese momento debió reflejar perfectamente mi perplejidad, porque el amo esbozó una sonrisa al verla. ¿Cómo podía pedirme el amo que cagara en esa posición, de pie en el patio?

“He dicho que cagues, ¿o no tienes ganas? Contesta”.

¿Tenía ganas de cagar? La verdad es que no lo había hecho desde que me había levantado esa mañana pero sinceramente, con todo lo que había pasado, ni me había percatado de si tenía ganas o no. Quizás si que podía cagar en ese momento, pero no de pie y en presencia del amo.

Me quedé mudo, no sabía que decirle al amo. Al ver que no le contestaba, el amo se levantó y vino hacia mi.

“Cuando hago una pregunta quiero que la respondas” me dijo, casi susurrando, muy cerca de mi cara. Y de improviso, un fuerte puñetazo en el estómago. ¡Eso si que dolió y no lo que me había hecho antes! La reacción instintiva de mi cuerpo fue de encogerse, pero así sólo conseguí aumentar el dolor tirando de la cadena que rodeaba mi cuello.

“Te lo vuelvo a preguntar. ¿Tienes ganas de cagar?”.

Metí como pude aire en mis pulmones y solté un “sí” casi inaudible.

“Perfecto. Caga”. Y volvió a su silla a contemplarme.

Poco a poco fui recobrando el aliento y pude concentrarme en lo que me pedía el amo. Aparté de mi mente el dolor del puñetazo y empecé a abrir y cerrar el culo, sin ningún resultado.

El amo seguía sentado en su silla, con su cerveza, y parecía disfrutar de lo que estaba pasando.

“Si no puedes tu solo, quizás tengo que ayudarte”, dijo el amo. A mi me sonó como una amenaza que no me gustaba nada y realmente esa frase obró milagros, porque en dos segundos conseguí hacerlo. Cagué.

Diversas sensaciones se me agolparon en mi cabeza al hacerlo: el asco de notar la mierda caliente bajando por mis piernas y la humillación de encontrarme en esa situación mezclados con la satisfacción que sentí al poder cumplir la orden del amo y el alivio de que no sería castigado.

“Muy bien, perro, muy bien.” exclamó el amo con satisfacción. “Tienes que saber que esto me gusta tan poco como a ti, no me atrae para nada la mierda. Lo que me gusta es que seas capaz de obedecerme hasta este punto. Sácalo todo”.

Seguí cagando hasta que noté que ya no quedaba nada más por salir. El asco inicial había cedido, pero ahora me invadía el miedo a no saber qué pretendía hacer el amo con mi mierda.

Afortunadamente el amo no quería hacer nada con ella. Cogió una manguera del patio y abrió el grifo. Empezó a lanzarme agua por todo el cuerpo, no con mucha presión pero fría de narices. Me la pasó por la espalda y por las piernas y me quitó toda la mierda que había sacado. La del suelo la empujó con el agua hasta el desagüe y allí desapareció.

“Ahora hay que limpiarte por dentro” y sin más me enchufó la manguera en el culo.

El agua fría se iba acumulando en mis intestinos, notando su peso en ellos y transformándose en un dolor cada vez más insoportable. El amo sacó la manguera y me ordenó “No saques el agua hasta que te lo diga”. Quizá esa fue la orden más difícil de cumplir hasta ese momento. El dolor era inaguantable, exactamente igual que el de una fuerte indigestión.

Cuando el amo me autorizó sacar el agua fue un gran alivio. El agua salió disparada, supongo que acompañada de todo tipo de cosas que no vi. Al acabar me introdujo la manguera de nuevo, y así hasta cinco veces, para asegurarse de que mi interior había quedado bien limpio.

“Muy bien, perro, ahora necesitas algo más caliente en el culo”. Me iba a follar, estaba convencido, pero ¿cuantas veces me había equivocado ya?, pues una más. El amo fue a por la bolsa y sacó de ella un embudo de plástico y me lo metió en el culo. Él se puso detrás de mi y me susurró al oído “Llevo ya dos cervezas que quieren salir, son todas para ti” y empezó a mear dentro del embudo.

Noté el líquido caliente entrar lentamente en mi recto, aliviando la sensación fría que había dejado el agua. Sinceramente esa fue una de las mejores sensaciones que tuve ese día y no pude evitar susurrarle un “siiiií...” al amo para darle las gracias por lo que estaba haciendo.

Cuando terminó su meada, sacó el embudo y de la bolsa cogió un plug, de un tamaño respetable, y lo empujó en mi culo, sin ningún miramiento. Aunque me dolió, no me quejé, no me hacía falta, me gustaba lo que me estaba haciendo.

“Quiero que aguantes mis meos dentro hasta que te de permiso para sacarlos. Para asegurarme, te ataré las manos y así no tendrás tentaciones de sacarte el plug.”. Con dos trozos de cuerda me ató las manos al larguero de la portería. Afortunadamente, se apiadó en parte de mi y soltó dos eslabones de la cadena, lo que me permitió poner bien los pies en el suelo y descansar el cuello.

El amo volvió a sentarse en su silla, desnudo sólo con sus botas puestas, y empezó a tocarse la polla. Al amo le gustaba verme así, atado de manos frente a él, indefenso.

“Bien, bien” dijo él “ahora veremos el aguante que tienes”

La casa de campo del amo (parte V)

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