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El sacrificio

Escrito por: juanpr_esclavo

El acero frío contra mi piel aceleraba mi corazón y desde la cabeza hasta los pies, las gotas habían comenzado a formar ya hilos constantes de sudor por todo mi cuerpo, resbalando y cayendo regularmente desde mi barbilla hasta el suelo. Un simple movimiento de mano era lo único que se requeriría para completar la temida sentencia… y yo era consciente de ello. No me atrevía a hablar, ni siquiera a emitir el más mínimo sonido, por miedo a las consecuencias. Las paredes de la nave industrial en la que me encontraba, parecían cerrarse sobre mí, cada vez más y el tiempo parecía haberse detenido, mientras mi futuro se encontraba en serio entredicho. Mis súplicas por piedad se habían agotado ya, junto con cualquier fuerza o esperanza, cuando la voluntad me abandonó por completo. De tal forma, sólo estaba ahí… o lo que quedaba de mí… un cuerpo con la consciencia mínima para reconocer lo que sucedía, pero ya completamente vacío, mellado, despojado de todo… a excepción del miedo y dolor de los cuales aún era presa. Mis brazos suspendidos sobre mi cabeza por cadenas y aros metálicos oxidados firmemente asidos alrededor de mis canillas, mi cuerpo desnudo, tocando apenas el suelo con las puntas de los pies, mi espíritu completamente doblegado. Podía ver a un hombre a mis pies, esperando las órdenes del AMO, mientras el cuchillo en su mano permanecía inmóvil… entre mis piernas.

Ese día había comenzado de forma completamente habitual e “inocente”, yendo al trabajo y ocupándome de las actividades cotidianas. Había pagado tributo a mi AMO, como cada mañana, desnudo y de rodillas, en veneración de su magnificencia. Había hecho esto mientras estaba solo y aunque me encontraba ya desde hacía tiempo completamente a su servicio, era obsesivamente cuidadoso de eliminar de mi supuesta existencia “normal” cualquier indicio de mi realidad. Con gran detalle, me ocupaba de borrar el historial de la computadora, revisaba varias veces al día el teléfono celular en busca de correos y mensajes de texto que contuvieran evidencia de mi secreto y verificaba cuidadosamente los estados de cuenta bancarios para asegurar que todas las transacciones al servicio de mi AMO quedaran enmascaradas como completamente inocuas. Frecuentemente despertaba a mitad de la noche para buscar la computadora, atemorizado de que alguien hubiese accedido y descubierto la razón de mi existencia y mi verdadera naturaleza.

Había considerado innumerables veces rendirme, dejar al mundo saber exactamente lo que era… un animal inferior cuya existencia se definía totalmente en función del placer y beneficio de mi AMO. Guardar las apariencias y convenciones sociales era una tarea extenuante y al paso de los años, esa máscara de normalidad se había vuelto cada vez más onerosa… su peso crecía más con cada mentira que debía elaborar para cubrir los rastros de mis acciones. Muchas veces había llenado las formas de chantaje que me había entregado mi AMO, a fin de conferirle información personal detallada que pudiese utilizar para controlarme por completo y sin posibilidad de escape alguno, para finalmente perder cualquier rastro de privacidad y libre albedrío… para encontrar mi lugar permanente, donde debía estar y… en cada ocasión, justo antes de enviar la información me forzaba a apagar la computadora a fin de mantener inmune la careta que usaba frente a todos lo que me rodeaban.

Hoy era diferente. Un correo electrónico de mi AMO había llegado a mi bandeja de entrada. Sólo haber visto ese correo, había erizado mi piel y enviado mi mente a ese lugar de sumisión insuperable, algo que era siempre peligroso, especialmente cuando sucedía estando en el trabajo. Deseaba realmente dejar de lado el correo y no ver el mensaje, pero sabía que no podría contener la necesidad de leerlo y saber lo que el AMO quería decirme, así que lo abrí.

“Preséntate en el estacionamiento, frente a los elevadores del primer piso a las 12:00 p.m.”

Un correo tan sencillo y aún así, tan poderoso… las órdenes del AMO habían puesto mi imaginación a volar. Sin siquiera darme cuenta, la posibilidad de finalmente conocer al AMO en persona había puesto mi verga completamente dura, tanto, que la fuerte sensación punzante bajo mi pantalón repentinamente acaparó mi atención y me hizo salir corriendo al sanitario de caballeros de la oficina. Entré y encontré un espacio vacío, bruscamente me abrí paso entre un grupo de ejecutivos que se encontraban en mi camino, discutiendo algo referente a una reunión de trabajo previa. Una vez dentro, cerré la puerta del cubículo con seguro y desesperadamente me bajé el pantalón. Imaginaba toda clase de posibilidades, desde que finalmente el AMO me permitiría arrodillarme a sus pies, hasta que tal vez se tomaría el tiempo de evaluar detenidamente mi cuerpo, lo cual había dejado muy en claro, era sumamente importante para ÉL. Sin haberme tocado la verga, la sola consideración de estas posibilidades por breves momentos me había hecho explotar, disparando por todos lados la carga de semen que había sobrecargado mis huevos por semanas, pues tenía prohibido venirme a voluntad.

Las siguientes horas se sintieron como días, mientras esperaba sumido en pensamientos y ansiedad a que llegara el mediodía, a fin de ejecutar las órdenes que me había girado el AMO. Llegué al lugar señalado con algunos minutos de anticipación, nervioso y emocionado. Los compañeros de trabajo pasaban alrededor, algunos ocasionalmente invitándome a que los acompañara a comer. Ante cada invitación, tuve que inventar una excusa para rechazar la oferta del convivio… cómo deseaba haberles podido decir la verdad, simple y llanamente… era un honor servir al AMO en persona.

En punto exacto de las 12:00 p.m., una SUV blanca dio vuelta a la esquina y se detuvo a algunos metros de distancia de donde me encontraba esperando. Con dificultad, apenas podía esconder la mezcla de emociones que me invadía cuando la puerta del vehículo se abrió… un hombre con vestimenta de negocios, similar a la que yo llevaba en ese momento, se movió hacia un lado, dejando espacio para que yo abordara. Entré y tomé asiento al lado de él y otro hombre, quienes a pesar de esperar en silencio, denotaban en sus caras y movimientos gran nerviosismo. Al verlos, por convención social asentí con la cabeza y levanté la mano en señal de saludo. Ví luego al conductor, quien permaneció sin decir nada, ni mirar en mi dirección. El asiento del copiloto permaneció vacío y arrancamos.

Durante los siguientes 30 a 35 minutos, nadie dijo ni una palabra.

Llegamos a lo que parecía ser una bodega en un parque industrial abandonado. El conductor se detuvo y por vez primera giró la cabeza, sólo para decir “Salgan”. Abrí la puerta, bajé del auto y los otros dos hombres me siguieron. El portón metálico frente al que nos encontrábamos abrió por dentro y pude ver dibujarse la silueta de un hombre en pantalón de mezclilla y sin camisa, el cual con un ademán nos indicó que ingresáramos. Ya estando adentro, vi tres pares de cadenas colgando del techo y uno por uno, los dos hombres que me acompañaron en el trayecto y yo fuimos forzados a desnudarnos y asegurados en nuestro lugar correspondiente con las cadenas, cada uno de pie al lado del otro, separándonos una distancia de aproximadamente metro y medio.

El AMO llegó y encontró a sus tres esclavos, desnudos y erectos de sólo estar por vez primera en SU presencia. Acercándose a los tres, dio una orden muy simple: “Ninguno de ustedes, pedazos de mierda, va a hablar”, dijo y se tomó el tiempo para ver directamente a cada uno de nosotros. Sus palabras denotaban a un hombre confiado y seguro de sí mismo, como si que el hecho de que alguien fuese a interrumpirlo constituyera una posibilidad inexistente… y así era. “Me van a escuchar bien, hijos de su puta madre, pues este día va a cambiar su vida irremediablemente”.

“Los tres me han servido ya por algún tiempo, aún sin conocerme en persona, en variedad de formas. Me he ido apoderando de sus finanzas personales, los he obligado a prostituirse por dinero para mí y también porque el hecho de degradarlos me parece divertido… han realizado regularmente tareas humillantes porque mi intención es rebajarlos de los animales que son, a objetos sin dignidad… esa pinche ilusión que la sociedad les vende y que de cuando en cuando se interpone en mi camino para usarlos como me salga de los huevos. Ahora sí, estamos listos y esto está a punto de volverse real. El día de hoy los voy a marcar, de una forma tal que no serán capaces de esconder”. Mientras habla, el AMO camina entre nosotros, dándose tiempo de observar con detenimiento el cuerpo tembloroso de cada uno.

El AMO continuó: “Cada uno tendrá dos opciones. Cualquiera de las opciones que elijan, será verdaderamente difícil de explicar a cualquiera que los vea menos que completamente vestidos… sus compañeros del gimnasio, alguien que desee usarlos sexualmente, algún médico que deba revisarlos. Estoy ansioso por ver qué tan creativos pueden llegar a ser para intentar encubrirlo… o, de manera alternativa y mucho más sencilla, si finalmente se dan por vencidos y dejan al mundo saber que los poseo. Dos de ustedes se marcharán hoy con dispositivos de castidad forzada, de los cuales obviamente yo conservaré la única llave y un tatuaje de lado a lado en el pecho. El tatuaje dirá simplemente ‘propiedad del AMO C.A.R.O.’, mis iniciales. Quiero que cualquiera que llegue a verlos con el torso descubierto o completamente desnudos, sepa que son de mi propiedad. La segunda opción, cabrones, es mucho… mucho peor”.

“Así las cosas, deben saber que también tendrán opción a escapar a lo que acabo de plantearles. Cada uno tendrá derecho a una llamada telefónica. Esa llamada deberán hacerla a alguien muy importante en su vida, además de mí, claramente… utilizarán esa llamada para describir con lujo de detalles que los poseo y cómo me han servido. Van a dejar bien claro y sin lugar a duda alguna que su vida es ahora simplemente una más de mis propiedades y que cualquier cosa que antes fueron o que en algún momento pensaron que podrían llegarían a ser, ahora está completamente destruida. Sus padres, amigos… jefe o compañeros de trabajo, honestamente no podría importarme menos a quien van a llamar, siempre y cuando sea una persona crucial en su vida, quien se derrumbará al encarar esta realidad y la impotencia de hacer algo para cambiarla”. El AMO saca del bolsillo de su pantalón un teléfono celular y lo sostiene a una altura que los tres animales encadenados podamos verlo. “¿Algún voluntario?”.

Hubiese sido en realidad tan liberador haberlo hecho. No más necesidad de esconderme… dejar al mundo saber. Mi familia, conscientes de quién y qué soy en realidad, lo que sucede con mi vida, mi vida legítima bajo la sombra de mi DUEÑO y mi incesante e imperiosa necesidad de sufrir y servirlo a ÉL. Pero no pude hacerlo. Simplemente no estaba listo. Tampoco los otros dos esclavos lo estuvieron.

“Muy bien… Todos tomaron su decisión. Quiero que quede claro que lo que pase a continuación, sea lo que sea, es su responsabilidad y corresponde con la elección que han hecho”, concluyó el AMO, luego de esperar una respuesta durante un tiempo razonable. “Tengo tres tiras de papel. Los dos que tomen tiras que no están marcadas recibirán ahora mismo dispositivos de castidad y tatuajes. La tercera tira de papel está marcada simplemente con una cruz y sufrirá la otra alternativa. Yo mismo voy a elegir por cada uno de ustedes y serán llevados a cuartos diferentes. Ahora sí, disfrútenlo idiotas. De verdad… creo que deberían haber hecho esa llamada telefónica”.

El AMO colocó las tres tiras de papel en un recipiente y comenzó a tomarlas de una por vez, sosteniéndola frente al esclavo correspondiente e iniciando por el que se encontraba más lejos de mí. Tan pronto reveló la tira de papel, un hombre se acercó al esclavo, lo liberó de las cadenas, lo llevó hacia un cuarto que se encontraba a la derecha y cerró la puerta. El proceso continuó de igual manera con el animal a mi lado, el cual fue llevado a un cuarto a la izquierda y la puerta se cerró de un azote tras de él.

Finalmente el AMO se detuvo frente a mí, sosteniendo mi tira de papel y meciéndola lentamente ante mis ojos, sin que yo pudiera ver su contenido aún. “Parece que está limpia… ¡tiene que estar limpia! Dios, por favor… ¡que mi tira no esté marcada!… por favor. No se puede apreciar desde aquí ninguna marca… Pero… ¿y si la marca está del lado que no alcanzo a ver?, ¿qué es esta otra alternativa de la cual aún no se nada?… según lo que dijo el AMO, es mucho peor que la otra”, eran los pensamientos que pasaban por mi mente, mientras mi cuerpo sudaba abundantemente y la desesperación, la ansiedad, la necesidad de conocer que había en esa tira y por tanto qué iba a pasarme me invadían por completo. En ese momento, el AMO levantó un dedo, haciendo un gesto e indicándome algo que interpreté como que debía esperar, ser paciente. “ÉL va a prolongar esta agonía de no saber lo que me va a suceder aún por más tiempo”, pensé, “pero… ¿por cuánto tiempo más?”.

Y entonces lo escuché.

Un grito, uno de dolor intenso, perforó mis oídos. No podía recordar haber escuchado algo similar nunca antes… la queja angustiada de un hombre desesperado… el aullido de una bestia herida de gravedad que sucumbía al poder de su depredador. En ese momento, tuve emociones encontradas, me sentí triste porque sabía que algo terrible acababa de pasarle a ese esclavo… y por otra parte, de una forma completamente egoísta, me sentí aliviado. Sabía que ningún dispositivo de castidad o tatuaje podría haberle provocado al otro animal ese dolor. Vi entonces una enorme sonrisa en la cara del AMO, obviamente disfrutando el momento, saboreando el dolor del esclavo. “Yo diría… que su tira de papel… tenia, una, cruz”, dijo el AMO, arrastrando las palabras y en un tono de broma siniestro, sin intentar siquiera disfrazar su placer. “Debería haber hecho la llamada”.

Dejé escapar un suspiro, mientras pensaba en formas en las cuales podría, aún de manera inverosímil, intentar explicar un dispositivo de castidad y un tatuaje en mi pecho que dijera ‘propiedad del AMO C.A.R.O.’… una mala broma de alguien, el haber perdido una apuesta… o simplemente, no permitir que nadie descubriera esas marcas en mi cuerpo, bajo ninguna circunstancia y aceptando las limitaciones que eso me traería en adelante. Ciertamente a ese punto, nada podía arrebatarme la sensación de alivio que sentía de no haber tenido yo la tira de papel marcada… ya pensaría en algo, con más tiempo y según fuera necesario.

“Tengo que decirte algo, puto”, me dijo el AMO, mirándome directamente a los ojos. “Tú deberías haber hecho la llamada también”, mientras volteaba mi tira de papel para mostrarme que estaba marcada con una cruz en el centro. “Pobre pendejo. Todas las tiras tenían una cruz”.

El AMO da unos pasos hacia atrás y de inmediato, el hombre sin camisa que nos había recibido, se dirige hacia mí con una sonrisa de lado a lado de su cara y en sus manos, toallas y una cubeta con hielo, la cual coloca en el piso entre mis piernas. En ese momento entendí de que se trataba la otra alternativa y qué estaba a punto de pasarme.

“¡No, no, no… por favor!” Gritaba con todas mis fuerzas, temblando de pánico. “¡AMO, SEÑOR, por favor, no! ¡Dios, apiádate de mi! ¡Se lo suplico, AMO!… ¡no!… ¡eso no!” rogaba, mientras mi voz se quebraba por las lágrimas.

El AMO me mira directamente y se acerca para hablarme, visiblemente molesto, mientras sigo llorando. “¿Ruegas ahora?, ¿suplicas ahora? Te di una oportunidad, gusano de mierda… te di una oportunidad y, ¿qué obtuve a cambio? ¡Que te portaras como el hijo de la gran puta que eres! Que despreciaras lo que te ofrecí… que prácticamente me abofetearas con lo que te propuse de buena gana. A mí, que he sido tan generoso para invertir mi tiempo y energía en darte lo que cualquiera que entienda tu asquerosa naturaleza, consideraría el regalo más grande… usarte para mi beneficio y destruirte en el proceso”.

Al escuchar esas palabras, mi error es evidente y siento gran vergüenza por lo que he hecho, pero sigo sin aceptar que este sea mi castigo. Visiblemente decepcionado, el AMO termina diciendo “debiste haber hecho la llamada” y se aleja unos pasos, mientras el hombre a mis pies levanta el cuchillo, lo coloca justo en la base de mis huevos y busca la mirada del AMO.

“Dios no, no, por favor, no esto, AMO, por favor, no…”, gimo y sollozo, mientras las lágrimas escurren por mi rostro. Levanto la mirada y veo a mi AMO, con los brazos cruzados, observándome. Gira su mirada hacia el otro hombre y asiente con la cabeza…

Un solo corte.

Mis huevos caen dentro de la cubeta y grito de dolor y humillación. Un grito, uno de dolor intenso, recorrió el espacio en el que me encontraba. No podía recordar que mi voz hubiera emitido algo similar nunca antes… la queja angustiada de un hombre desesperado… el aullido de una bestia herida de gravedad que sucumbía al poder de su depredador. Miro hacia abajo y veo la sangre escurrir del lugar donde antes estaban mis bolas, como escurriendo de una hembra… escurriendo sobre lo que durante toda mi vida, hasta hoy, había representado mi virilidad… ahora, mezclándose con el hielo.

El hombre de pantalón de mezclilla alcanza los aros metálicos que me inmovilizan, libera mis manos y me da una toalla. Rápidamente la coloco sobre mi ingle y caigo sobre mi costado, paralizado del dolor.

En cuestión de segundos e intentando balbucear algo como “si vamos ahora mismo a un hospital, seguro aún podrá hacerse algo”… todo se oscurece y pierdo el conocimiento.

Algunas horas después, despierto, aún sintiéndome aturdido y desorientado. Me incorporo, adolorido y veo alrededor, intentando hacer sentido de lo que ha pasado. Puedo sentir mi verga y me doy cuenta de que no fue un sueño… puntos quirúrgicos y gasa cubren la región de donde antes colgaban mis huevos. Hay una bote de analgésicos a mi lado, junto con una bolsa pequeña con mi ropa adentro. Sobre la bolsa hay una nota. “Deja al mundo saber tu secreto, puto. La próxima vez, no te voy a dejar nada que te identifique como hombre. Una cosa más, antes de retirarte alimenta al doberman que está atado junto a la salida. Estoy seguro que reconocerás lo que habrás de darle de comer pues durante años los trajiste colgando como una horrenda posibilidad de engendrar más inferiores desdichados y miserables como tú… supongo que ahora el mundo tendrá una amenaza menos de que preocuparse. Firma, C.A.R.O.”.

Logré ponerme de pie y llegar hasta la salida. Tragué algunas pastillas para el dolor y mientras mi alma se encogía al alimentar al perro según había sido instruido, un sólo pensamiento taladraba mi mente:

“Debería haber hecho la llamada”.

El sacrificio

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