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Conociendo al Amo. Segunda parte.

Escrito por: gameover

Llegó el jueves. Y con él, Alberto.

Joder, qué nervioso estaba. No dejaba de parlotear. Me quiso contar que ya había tenido una vez un conato de experiencia amo-esclavo. Pero le interrumpí. Intentando no ser muy borde. De nuevo lo mismo. Francamente no me interesaba. Sabía que fuera lo que fuera lo que me contara, no tenía comparación con lo que le había tocado. Es cierto que en un primer momento encuentro el gusto de saber nerviosa a la persona que tengo delante. Entonces callo. La dejo hablar. Dejo que se delate. Observo tranquilo, y eso es suficiente para que ambos entendamos que tengo el control de la situación. Un minuto después, empieza a darme por culo el parloteo.

-Cállate un poco-. Le pedí. -Ahora vas a acompañarme a comprar un par de cosas, y luego vamos a casa. No hables si no te lo pido. ¿Has traído el móvil con la foto que te pedí?-

Alberto asintió con la cabeza. Suspiré interiormente. Joder, menos mal que este ha captado lo que significa dejar de hablar. No sé por qué a algunos les cuesta tanto.

-Dame-, y sin querer hacerlo, pero sin atreverse a desobedecerme, cogió su móvil, lo desbloqueó. Buscó la foto y me la enseñó. Le quité el móvil de la mano. Compartir foto. Whatsapp.. me la envié. Alberto intentó detenerme. Lo intentó. Una mirada de reprimenda bastó para que abortara el primer movimiento y ahogara un grito en su garganta. Le devolví el teléfono con un golpe en el pecho. Agachó la cabeza. Quizás después de todo, el chico tenía madera. -Sígueme-, le dije.

-Entra al estanco, compra un sobre y un sello. Voy a entrar contigo. Que yo no hable-. Alberto asintió. Entró. Compró un sobre, un sello. Salimos, me lo dio. -Muy bien, ahora, vamos al super-.

Fuimos al super, directos a la sección de bebidas. Puse un par de cervezas en el carrito, y le pregunté cuál era su bebida preferida.

Aquella pregunta le iluminó la cara. Me dijo que GinTonic, y le contesté que me alegraba mucho, porque también era la mía. Que cogiera su marca favorita, y la cargara al carro. Cogió una botella de Tanqueray. Compramos los hielos y la tónica, y nos dirigimos a las cajas.

Al llegar a la caja, durante unos instantes, dudó si colocarse delante o detrás de mí. Lo miré con cara de incredulidad. Tenía su atractivo que fuera tan tonto.

Comprendió rápido. Se puso el primero, y pagó las bebidas. Cargó las bolsas, y me siguió hasta casa.

Una vez dentro le pedí que se sentara a la mesa del salón y me esperara con la mirada gacha. Fui a la cocina. Metí la cerveza nueva en el frigorífico, y cogí una fría. Tomé la ginebra, y un par de vasos. Los llevé al salón. Alberto se encontraba sentado en la mesa. Con la cabeza agachada. Sin atreverse a mirarme a los ojos. Me senté frente a él. Abrí la cerveza, y la vertí sobre uno de los vasos.

Me la bebí tranquilamente. Mirando a Alberto, que mantenía la mirada fija en la mesa. Yo disfrutaba de su respiración entrecortada. De su estado de nerviosismo. Casi podía adivinar lo que le pasaba por la mente. Lo lógico sería suponer que estaba tremendamente nervioso. Y lo estaba. Pero yo no podía dejar de pensar, que lo que se repetía como un mantra en su mente era "qué suerte he tenido de encontrar este amo". Dejé el vaso de cerveza, a la mitad sobre la mesa. Abrí la botella de ginebra, eché hielo en el segundo vaso, y comencé a servir una copa. Cuando estuvo llena, dije: -sí, has tenido suerte, sí-. -Gracias Amo-, respondió Alberto.

Entonces levantó la vista, vio los dos vasos frente a él, el de cerveza a medias, y el de ginebra, recién servido. -Gracias-, repitió, -¿puedo?-, dijo mientras extendía la mano hacia la copa. -No tanta suerte-, respondí mientras le apartaba la mano de un manotazo, y tomaba la copa que acababa de servir. -¿Te he dicho que puedes beber?- dije mientras me llevaba la copa a los labios. -Esto es para mí-.

-Sí mi amo. Gracias mi amo-. Respondió. -Sé que tengo que dar las gracias a los desprecios de mi amo-.

Aquello me sorprendió. La idea que tenía de Alberto era la de un pajillero que no se habría comido en su coche la mitad de las pollas con las que fantaseaba tras la pantalla de su ordenador. Me chocó que me diera las gracias ante un desprecio. Pero entonces se me ocurrió.. -JAJAJAJA-, reí, -¿Así que has estado buscando en Internet cómo servir a un amo?- le dije. -Sí, mi amo-. Respondió.

-De acuerdo-, dije, -me parece bien. Me resultas divertido-, continué. -Habrás leído entonces que muchas veces los amos preparan contratos-.

-Sí mi amo-, respondió Alberto con emoción. ¿Estaba a punto de recibir su primer contrato como esclavo?. No podía creer que estuviera a punto de ser real uno de los momentos con que más había fantaseado. Realmente, la sola idea del contrato, se la ponía dura. Sólo leyendo contratos se había hecho decenas de pajas. Deseando ser el esclavo del amo que redactó alguno de ellos.

-Bien, siento decepcionarte-, le contesté. -No tengo un contrato para ti. No sé si lo haré. No he decidido al dedillo lo que quiero hacer contigo. Además, tu disponibilidad es limitada. He pensado que si todo marcha bien, tendremos encuentros esporádicos. Ya iremos quedando según se me ocurran cosas. Pero por ahora, no puedo redactar un contrato para ti-. Noté la decepción de Alberto. Realmente tenía sentido que no hubiera preparado un contrato. Por alguna razón sentí que era hora de jugar un poco con el morbo de mi sirviente. -Cuéntame qué te pone, anda-, le pedí. Al fin y al cabo, debía disponer de esa información.

Alberto se emocionó. Empezó a recitarme la lista como si la tuviera memorizada para un examen. -Me gusta servir, amo. Siempre he querido que un amo más joven que yo me ordene cómo debo complacerle. Me dan mucho morbo los pies, zapas y calcetos. Tocarlos, olerlos, lamerlos.. Me gusta que me escupan, que me peguen (sin dejar marca), y que me digan lo puta que soy...-.

-¿Te han meado alguna vez?- le interrumpí.

-No mi amo. No lo han hecho nunca. No sé si me gustaría. Pero estoy dispuesto a probar amo. Lo que usted me mande-. Asentí con la cabeza mientras seguía bebiendo ginebra. Alberto continuó con su lista. -lamer sobacos, sudor...- Y continuó con una lista de la que no recuerdo todos los detalles. No sé cuáles eran morbos confirmados, y cuáles fantasías. Pero me hacía una idea del perfil que tenía delante. Y sobre todo, anticipada lo agradecido que estaría ante cualquier tipo de fluido. Alberto no hizo mucha referencia a temas como el control mental, la despersonalización.. Francamente, pensé y pienso que en ese momento, él mismo ni siquiera sabía lo que le encajaban esas prácticas. Yo lo supe desde que tuve la primera foto de su DNI.

-Bueno, hoy no te voy a mear-, le dije. -Pero el día que lo haga, y lo voy a hacer, te gustará, te lo aseguro-. Como primera toma de contacto no estaba mal. -Quítate la camiseta-. le dije -Bueno, y los pantalones. Es más. Quédate en calzoncillos. Sin zapatos ni nada.

Alberto obedeció. Observé el cuerpo de Alberto. Si decidí hablarle era, entre otras cosas, por el cuerpo que había visto en sus fotos. Alberto era un chico guapete, pero además de eso, tenía un cuerpo que me atraía, sin ser el tipo de cuerpo que me gusta normalmente. Alberto no era lampiño, ni extremadamente delgado. Ni fibrado. Ni era rubio. Ni estaba tatuado. Alberto era fuertote, sin ser gordo, tenía los hombros y el pecho marcados, protuberantes. Igual que la barriga. Vello en pecho y abdomen. Sin abdominales marcados, pero nada flácido. Con unos muslos recios, y un culazo redondo. Era agradable tenerlo en calzoncillos en el salón. Y sin embargo, no acababa de abandonarme el hastío que me suelen dar las personas. Todo aquello, para variar, seguía dándome un poco igual.

-Al suelo, a cuatro patas-, le dije a Alberto. -No andarás de pie si no te lo digo-. Alberto asintió y se lanzó al suelo por toda respuesta. Yo me senté en el sofá. -Ven. Tráeme el mando, y quítame las zapatillas. Y el mando de la Play tambíen-. Me senté en el sofá, y Alberto se arrodilló a mis pies. Encendí la videoconsola mientras me bebía una cerveza y Alberto me quitaba las zapatillas. Me saqué un paquete de tabaco de liar del bolsillo del pantalón, papel, filtros, y mechero. -¿Sabes liar?-, pregunté a Alberto, que me estaba oliendo los calcetines. -Sí, mi amo-, respondió. -Colócate como mesita para que apoye los pies. Y líame un cigarro-. -Sí, mi amo-.

Y allí estaba, jugando a la videoconsola, fumando, bebiendo, y con Alberto a mis pies. Con permiso para oler mis zapas. Quitarme los calcetines. Chupárlos, metérselos en la boca. Masajearme los pies. Dedo a dedo. Con las manos. Con la lengua. Lamerme la suela de los pies. Dejar que le pisara la cara.. Alberto tenía permitido también tocarse. Pero siempre por encima del calzoncillo. Nunca por un tiempo excesivo. Si se pasaba, recibía una patada, que le hacía ahogar un grito antes de volver gateando a mis pies.

Un tiempo prudencial después. Decidí que ya era suficiente, y que había que ir pensando a poner fin al día con Alberto. Al fin y al cabo aquello era una toma de contacto.

-Quítate los calzoncillos-, le dije. y espérame de pie, con la cabeza agachada. Alberto obedeció.

Fui a mi cuarto y rebusqué en la basura. Allí había un condón de un polvo de la noche anterior. Lo cogí y fui al salón. Alberto estaba allí esperándome. De pie, desnudo. Su cuerpo me atraía. Y el morbo empezaba a sobreponérseme al hastío. Aquello me pasaba muy poco, pero tenía ganas de hacer una paja a Alberto.

Me las aguanté. Avancé hacia él, y le pedí que se diera la vuelta y se apoyara contra la mesa. No le haría una paja, pero por lo menos comprobaría qué tal tenía el culo.

Realmente era complicado meter un dedo allí. Alberto se quejaba, "uysshhhh" cada vez que le exploraba demasiado. Aquel culo me encantaba. Aunque desde luego, aun estaba por depilar. Había mucho trabajo que hacer.

Dejé el condón usado sobre la mesa (no sé si Alberto se percató de que lo llevaba), y cogí el calzoncillo tipo boxer de Alberto. -Acompáñame al cuarto de baño-, le pedí. Y vino detrás de mí. Yo sólo descalzo. Él completamente desnudo. Tiré sus calzoncillos a la bañera, y me puse a mear sobre ellos. Mientras Alberto me miraba. Sorprendido. Excitado.

-Ven-, le dije, y me lo llevé al salón. Alberto seguía empalmadísimo, y de vez en cuando tenía que darle un guantazo cuando lo pillaba intentando tocarse la polla. -Quédate aquí de pie, junto a la mesa-, le dije, mientras cogía el condón usado. Por dentro aun tenía la lefa reseca de la noche anterior. Le puse el condón a Alberto como pude. Aprovechando para meneársela un poco para quitarme las ganas de la paja que me había apetecido hacerle antes.

Alberto iba a explotar. Lo llevé al cuarto de baño. -Entra en la bañera y coge tus boxers-. Los cogió. -Escúrrelos sobre tu cabeza. Mirando hacia arriba. Con la boca abierta-. Alberto me miró con sorpresa e incredulidad. Nunca le habían meado antes, y no creo que contara con que su primer contacto fuera directamente en su boca. Observé cierta resistencia. Pero ante una mirada severa Alberto se decidió. No sé si disfrutó más él con la nueva experiencia, o yo viendo cómo le caía el líquido por el cuerpo.

Cuando el calzoncillo dejó de estar tan empapado, le pedí que se lo pusiera. Sin quitarse el condón usado que llevaba puesto. Así hizo. Mientras seguía dentro de la bañera, me acerqué a él, y muy cerca de su oído, le dije. -Ahora mismo tienes el rabo lleno de mi lefa. Este condón te lo vas a dejar puesto. Cuando llegues a tu casa, y no antes, te lo vas a quitar, y lo vas a tirar disimuladamente a la basura. Tú sabrás cómo. Después, sin lavarte, y esto es importante, SIN LAVARTE LA POLLA, vas a follarte a tu mujer. ¿De acuerdo?-. Alberto asintió. -¿DE ACUERDO?-. -Sí, mi amo-. -Bien-. Puedes vestirte. Estamos a punto de acabar por hoy.

Mientras Alberto se vestía, puse sobre la mesa mi mochila. Saqué de ella dos fotos impresas. Eran las fotos de Alberto desnudo con el cartel con la palabra "MARICÓN" escrita. Alberto casi grita. Tuvo el impulso de abalanzarse hacia ellas. -¿Qué haces imbécil?-, dije, -¿Acaso no las tengo en el ordenador?, ¿o es que tu intención es otra?, ¿intentas enfadarme?, ¿es eso?, ¿intentas enfadarme?-, -No, mi... mi amo-, respondió Alberto titubeando. AHORA sí estaba nervioso. Ahora Alberto tenía miedo. Quizás se había olvidado de las fotos. No tenía ni idea de lo que pensaba hacer con ellas. Después de lo bien que se lo había pasado, y aun con mi condón puesto, y los gallumbos meados, volvió con una hostia a la realidad. Quizás hasta ese momento se estaba divirtiendo más que yo con la videoconsola. Ahora me estaba divirtiendo yo. Podía entender bien los morbos y estados mentales de Alberto, pero muchas veces aun me pregunto qué clase de resorte es el que se me activa cuando tomo el control. De nuevo se esfumaba la sensación de hastío que me causaba el desprecio que suelo tener a los demás. Un chute de adrenalina directo a mi rabo, que empezaba a palpitar ante la idea de tener las cosas bajo control. De dar forma al desprecio. En cierto modo, subidón de sentir cómo las cosas se ponen en su sitio. De poner a Alberto donde quizás se le había olvidado que estaba.

Metí las fotos en la mochila, y allí las coloqué dentro del sobre que había comprado Alberto. Cuando saqué el sobre y lo cerré frente a él, Alberto ya estaba temblando. A punto de llorar.

Puse el sobre en la mesa. -Lame el sello-, le dije. -Colócalo-.

Creo que Alberto aun no sabe por qué obedeció. Creo que yo lo sé mejor que él.

Saqué mi teléfono del bolsillo, y busqué la foto del DNI de Alberto. Se la enseñé.

-Ahora, escribe la dirección de tu casa. No se te ocurra engañarme. La tengo aquí-.

Alberto obedeció sollozando. Me acerqué a su oído mientras escribía. Y le susurré -tranquila, putita, no tengas miedo. No eres consciente de la suerte que has tenido, ¿a que no, putita?-. Era inversamente proporcional. A cada pálpito de mi rabo, a cada vena que sabía que empezaba a marcárseme, podía sentir como la polla de Alberto se encogía cada vez más. -Dime que eres una putita con suerte-.

-Soy... una... putita con... su-suerte-.

-Desde luego que lo eres-. Venga, vámonos. Bajo a la calle contigo.

-¿Y con la foto de mi mujer, qué va a hacer, señor?-. Preguntó Alberto. Evidentemente, ya sólo era capaz de pensar en una cosa. Se había olvidado de la situación en el presente. Ya sólo podía pensar en (temer) los días que tenía por delante.

-Tú no te preocupes por eso ahora-, le contesté, y mientras le agarraba fuerte de la nuca le dije al oído, -pero esta noche al llegar te la follas ¿Cómo?-.

-Sin li-limpiarme- Contestó.

-Muy bien. Olvídate de la foto. Por ahora yo me preocuparía más de que la dirección de la carta esté escrita con tu letra-.

A Alberto se le pusieron los ojos como platos. "Por favor.. por favor... ¿Que he hecho...?" comenzó a cuchichear.

Bajé con él a la calle, y eché el sobre al buzón delante suya. Alberto casi se echa a llorar. No pudo despedirse de mí. Se fue por su lado, y yo por el mío.

Al llegar a casa, saqué las fotos de Alberto de mi mochila. Las guardé en un cajón.

Las fotos no iban en el sobre, hice el cambio cuando, con las manos aun dentro de la mochila, pretendí colocarlas en el sobre.

Alberto pasaría unos cuantos días terriblemente nervioso. Revisando el buzón varias veces al día. Intentando llegar a casa antes que su mujer. Comprobando entre la basura si ella ya habría encontrado la carta. Alberto pensaría que fue un terrible error contactarme. Se arrepentiría. Empezaría a buscar la manera de escapar de todo aquello antes de que se le fuera (más) de las manos. Alberto empezaría a construir planes en su mente, en los que quedaba de nuevo conmigo para de alguna forma acceder a mi móvil y ordenador, y borrar las fotos... Aunque Alberto sospechaba, y yo sabía, que jamás sería capaz de hacerlo, ni lo lograría. Ni podría asegurarse de que no tuviera copias. De que todo no acabara siendo peor.

Alberto se plantearía su morbo, se maldeciría, y se juraría acabar con aquello, no volver a tentar a la suerte, no volver a rendirse a sus instintos. Todo aquello temiendo que su mujer encontrara antes que él un sobre misterioso, sin remitente, escrito con la letra de su marido. Un sobre que, después de todo, no contenía más que dos fotos de niños sentados en las rodillas de un santa Claus, dos estúpidos y absurdos recortes de un catálogo comercial.

Aun no lo sabía. Y le costaría varios días caer en la cuenta. Pero entonces Alberto volvería a por más. A por más nerviosismo. A por más miedo. A por más morbo.

Aquella idea era suficiente para que llegara a casa y me sentara en el sofá con el rabo empapado y a punto de explotar. ¿Se follaría Alberto a su mujer de la manera que le dije?. Nunca podría saberlo, sólo fiarme de su palabra. Realmente tenía mis dudas de que se la follara si quiera. Lo más realista es pensar que los nervios y miedos de aquel día le impedirían echar polvo alguno. Ni por muy cachondo que le pusiera recordar la experiencia de aquella tarde, y de la que se fue sin correrse.

Sin embargo yo decidí pensar que sí. Que pese a todo, Alberto llegaba a su casa. Se metía en el baño, donde quitaba el condón, y aprovechaba para lamer lo de dentro antes de tirarlo por el wáter.

Que entonces salía, con ese portento de cuerpo, desnudo y completamente cachondo recordando lo de aquella tarde. Agarraba a su mujer por sorpresa, y comenzaba a embestirla desde atrás, sujetándole los pechos, tan cachondo como yo por la idea de tener el rabo sudado, lleno de mi lefa seca, y el culo oliendo a mi orín después de llevar todo el día mis calzoncillos. Imaginaba que aquello le pusiera tan cachondo a él como a mí, que en ese momento, me masturbaba con la idea, revisando en el teléfono la foto que tomó, mientras dormía, del coño de su mujer.

En mi cabeza tomaba cada vez más forma un plan tan perverso como complicado...

Conociendo al Amo. Segunda parte.

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