La Zorra Blanca de los Extranjeros (PARTE 2)

No sé cuánto tiempo pasó. Tenía la boca seca, la garganta irritada, el culo abierto, la piel cubierta por todos sus fluidos. Estaba recibiendo un gangbang brutal, interminable, donde cada uno se turnaba para hundirse dentro de mí, reírse de mi cara blanca suplicante, escupirme mientras gemía. Sobre mi cuerpo aún caían gotas tibias: semen, sudor, meadas que no distinguía ya. El olor era denso, agrio, lleno de virilidad. Todo yo era eso: un receptáculo, una cosa sin voluntad, un templo consagrado a su placer.

—¿Aún puedes aguantar, blanquito, o tu coño ya se nubló de tanta polla negra? —dijo uno con una sonrisa irónica, mientras me abría las piernas otra vez como si inspeccionara su juguete favorito.

Lo notaba muy abierto. Roto. Imposible de cerrar. Ellos apenas dejaban de adentrarse.

—Yo creo que ya ni respira, solo traga —dijo otro, acariciándome la cara como si fuera un juguete roto. Luego me tomó del mentón y hundió su polla de golpe en mi boca, haciéndome toser entre arcadas mientras se reía.
—¿Te gusta ser nuestra puta, eh? —dijo uno mientras me abría el culo con las dos manos y lo escupía sin pudor antes de hundirse hasta el fondo. Grité, pero solo les excitó más.
—Míralo, cómo le tiemblan las piernas y aún así no cierra la boca —comentó otro mientras se la sacudía sobre mi cara—. Está desesperado por baño de leche.
Me alzaron en vilo, sosteniéndome entre varios. Uno se colocó tras de mí, el otro frente a mi boca, y comenzaron a embestirme al mismo ritmo. Mi cuerpo se movía al compás de sus gemidos, de sus golpes, de sus carcajadas. Era un juguete y nada más.
—A este paso te vas a quedar embarazada de todos —rió uno, mientras se corría dentro de mí sin detener el ritmo, como si mi cuerpo no importara.
—¿Sabes cuántos te han llenado ya? ¿O has perdido la cuenta, zorrita? —me susurró Youssef al oído mientras me cogía del cuello con fuerza, su polla resbalando entre mis nalgas húmedas.
Se intercalaban cada pocos minutos y cada vez que notaba mi culo libre sabía que no tardarían mas de 2 segundos en volver a llenármelo.
—Te vamos a dejar tan abierto que vas a gotear durante días —dijo uno al meterme dos dedos y luego la polla sin avisar. Me arqueé, jadeando, y ellos se rieron.
—Eso es... trágate otra más, blanquito. No te hagas el débil, que tu garganta está hecha para servir pollas negras como la mía —dijo uno, sosteniéndome por el pelo y empujando con fuerza hasta notar cómo su polla me abría la garganta. Mientras tanto, el otro me azotaba las nalgas con una furia que ardía.

Me sentía un trozo de carne en un ritual salvaje. Pero uno que había suplicado vivir. Que había buscado exactamente esto. Y lo tenía, multiplicado por todos ellos. Era dolor, humillación y felicidad.

Me reí por dentro. Porque tenían razón. Y yo no quería que se det...