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humillada y feminizada

Escrito por: gaybondage

La semana pasada vino un Amo a Barcelona. Me había escrito un mes antes por correo para ser su sumiso en una sesión de humillación y feminización, y después de haber hablado un poco comentando los gustos quedamos una tarde.

Se había alquilado un apartotel en una zona de Barcelona céntrica que me iba muy bien porque estaba muy bien comunicado. Habíamos quedado a las dos, pero llegué casi media hora antes por impaciente que yo estaba.

Llamé al timbre. Subí a la primera planta. Me abrió la puerta, y su saludo directo fue una orden escueta y clara.

  • “Ponte la ropa que hay en la habitación, ¡y callada! No quiero oírte decir nada” – me dijo directamente.

Entré, y sobre la cama vi mi vestuario. Me desnudé del todo, coloqué toda mi ropa de calle dentro del armario, y el sonido de los tacones indicó que ya me había cambiado y me había puesto toda la lencería sexy.

Estaba yo preciosa. Vestía un precioso conjunto de braguita y sujetador de un tono entre morado y violeta, de encaje, ceñido a mi cintura delgada, medias hasta lo más alto del muslo, y unos zapatos de tacón de aguja de vértigo que me hacían tambalear. Me quedaban perfectos, de mi talla 45, y al oír mi andar femenino con los tacones oí una orden seca desde el otro lado de la puerta.

  • “Ponte mirando contra la pared y no te gires, zorra” – me ordenó.

Entró a los pocos segundos.

  • “Apoya las manos en la pared, en alto, brazos abiertos y muy abiertas” – me ordenó colocándome en esa posición típica de los cacheos y prisioneros.

En esa posición me puso las normas desde detrás.

  • “No hablarás si yo no te doy permiso. No preguntarás, no pedirás, no dirás ni una letra, en silencio, callada, y cuando te pregunté me responderás sólo con un “sí señor” y nada más. ¿Lo has entendido?” – y al instante, con voz suave, le respondí “sí señor”.

  • “No me mires en ningún momento, ni un segundo, mirada agachada al suelo siempre, todo el rato, ¡desde ya! ¡mira al suelo ya!” – y al instante obedecí. Me dijo que en ningún momento mirara recto, y tampoco mirara al Amo.

  • “No pensarás en tu polla, no la quiero ver tiesa, ¡y callada!, que no te he dado permiso para hablar ni para saber tu opinión”.

Yo seguí en silencio.

  • “Cuando te azote y te torture me dirás “gracias, señor”. Cuando te castigue por hacer mal las cosas dirás “perdón, señor”, y cuando te dé una orden me dirás “sí señor” y nada más. ¿Te ha quedado claro, furcia?” y le respondí “sí señor”. Entonces me dijo que me quedará inmóvil, que no me moviera ni un solo milímetro hasta que el Amo me diera la orden, y lo recordara todo sin error, porque los castigos serían severos e inflexibles.

  • “Mira al suelo, no te muevas y no te gires. Vendré a buscarte cuando me dé la gana”.

Yo me quedé quieta, con mi cintura que temblaba por las ganas de la polla de ponerse dura, pero obedecí y me centré para evitar la erección. Creo que pasaron quince minutos. Mis piernas temblaban sobre los tacones cuando volvió, pero no me dio permiso para moverme.

  • “Quieta y ni te muevas, guarra”.

Me bajó la braguita hasta justo debajo de la nalga, y sentí el azote de una regla en mi culo.

  • “¿Qué se dice?” – me ordenó, y al instante dije “gracias, señor”.

  • “quiero que digas gracias en cada azote” - e inmediato sentí el segundo, y dije “gracias, señor”.

Otro azote, “gracias, señor”.

  • “Te gusta, verdad, zorra de mierda?”.

  • “sí, señor”.

Volvió a azotarme, “gracias, señor”.

Al décimo me temblaba la voz. “Gracias, señor”, “gracias, señor”, decía yo tras cada azote. Tenía la voz trémula, pero seguí obediente hasta el último azote, quince en esa serie, “gracias, señor”.

  • “vístete, perra”.

Al subirme de nuevo la braguita hizo un dolor intenso el roce con la tela.

  • “mira al suelo, escoria” – y dije “sí, señor”.

Entonces me ordenó vestirme y barrer el suelo de la cocina. Ande con garbo femenina y sumisa, yo delante mientras el Amo estaba detrás de mí, mirada cabizbaja. Entré en el lavabo, pero allí no estaba la escoba.

  • “puta inútil, ¿qué coño haces? ¿No sabes dónde está la escoba? Eres boba de narices. ¿Verdad que sí? Dime lo inútil que eres”.

  • “sí señor, soy una inútil, señor”.

  • “Pídeme perdón”.

  • “Perdón, señor”.

  • “Pedazo de inútil de mierda. Vas a barrer el piso entero, por tonta y para que espabiles”.

Encontré la escoba en la cocina, y desde esa misma baldosa empecé a barrer. Llevaba un par de metros cuando me amonestó.

  • “¿qué haces, so burra? Mira ese trozo de pan. Las cucarachas lo hacen mejor. Vuelve a barrer, inútil”.

  • “Perdón, señor”.

Volví a barrerlo todo bajo su atenta supervisión, y al acabar de barrer toda la cocina me puso la nota. - “Un cero. Eso es lo que eres. Menos que un cero. Barres fatal. Eres la zorra más inútil que he visto jamás, y eso que he visto muchas zorras que dan asco. Pero tú eres la que da más asco de todas”.

  • “Perdón, señor”.

  • “Vas a barrer el apartamento entero para que aprendas, ¡ya!”.

De inmediato me puse a barrer lo mejor que pude y en silencio. Hice el pasillo, llegué al comedor, y junto las patas de la mesa di un ligero golpe de la escoba con la madera.

  • “Patosa. ¿Quieres mirar lo que barres? Eres basura, una piltrafa asquerosa. ¿Verdad que sí?”.

  • “sí señor”.

  • “dime lo que eres, quiero oírte decirlo, dilo”.

  • “Soy una patosa, señor, perdón, señor”.

  • “Más que patosa. Eres mucho más, eres una zorra asquerosa que no se merece nada. Eres una furcia inútil que no sabe ni barrer, pura escoria. ¿verdad que sí? Dímelo. Dilo”.

  • “Si señor, soy una zorra asquerosa, señor”.

  • “tendría que despedirte y echarte a la puta calle, porque eres estiércol, eres mierda”.

  • “perdón, señor, no me despida por favor señor”, y justo entonces me puse a llorar. Lágrimas salieron de mis ojos por sentirme culpable y fracasada.

  • “llora, guarra, llora, así me gusta, que llores, te lo mereces por el asco que das, y me da igual que llores. Eres una guarra, ¿verdad que sí?, y te voy a dar lo que te mereces, por guarra, porque eso es lo que quieres, escoria y una guarra. ¿Tengo razón o no?”.

  • “Sí, señor, tiene razón, señor” dije todavía llorando.

Me prohibió limpiarme las lágrimas. Quería verlas resbalar por mi mejilla, y las deje caer mirando al suelo. Seguí barriendo a conciencia mientras todavía continuaba llorando, y barrí hasta que el Amo me dio la orden de parar.

Me quedé fijando mirando al suelo mientras el Amo me miraba atentamente.

  • “Pon las manos a la espalda”.

Lo hice. Levantó después ligeramente las copas del sujetador hasta dejar mis pezones al descubierto. Tomó dos pinzas de metal, las colocó cada una en un pezón, y apretó la rosca hasta presionar mis pezones.

  • “¿Te duele, puta?” – quiso saber – “sí, señor”.

  • “Pues vas a sufrir más todavía”.

Cada pinza llevaba una cadena. Me puso en el cuello un collar morado de perra, con un aro en el centro. Unió las cadenas a ese aro, bien estiradas, tensas, que empujaba y tiraba de mis pezones, y así aumentó un nivel el martirio de las pinzas. Ese juego con los pezones me excitó, y bajo la braguita se vio un indicio de erección.

  • “¿qué haces, zorra? ¿qué te he dicho? Vete a la puta mierda. No te quiero de perra”.

  • “perdón señor, perdón señor, se lo suplico, señor, no volverá a pasar señor”.

  • “suplícame ser mi perra. Dilo. Quiero oírte. Convénceme, y te echo ya mismo”.

  • “se lo suplico, señor, quiero ser su perra, señor, no me eche por favor señor” – y otra vez me puse a llorar.

  • “Sólo eres escoria podrida” – me respondió.

  • “Sí, señor, soy escoria, soy una piltrafa humana, soy basura, señor, soy una cerda ramera, le pido perdón, señor, se lo suplico, señor, no me eche, señor”.

Entonces me ordenó ponerme de rodillas delante del Amo.

  • “a ver cómo la mamas” - y con delicadeza empecé a saborear la punta de su polla. Me metí el glande, parte del tronco, y justo entonces puso sus palmas en la parte trasera de mi cabeza. Apretaba hacia delante, y eso me impedía sacarme la polla de la boca.

  • “Pon tus manos a la espalda, y no las muevas” – me dijo.

Ya entregada y sumisa, obedecí inmediatamente. El no poder retirarme la polla de la boca fue como estar amordazada por una barra de hierro gruesa. Empecé a babosear. La baba caía ya por mis comisuras, mi mejilla, por la barbilla, y caía al suelo. El gimoteo era de sufrimiento, pero el Amo disfrutaba, y yo estaba contenta de satisfacerle.

Con el paso de los minutos la boca se me durmió, ya casi no podía ni moverla, pero me esforzaba, sufrí para que me aceptara como su perra, y al final se corrió.

  • “eres una guarra viciosa” – me espetó al terminar de correrse.

  • “Mira cómo has dejado el suelo de baba. Das vergüenza. Das asco”.

  • “perdón, señor”.

  • “eres una guarra de mierda, ¿verdad que sí? Dímelo”.

  • “Sí, señor, soy una guarra, señor” – dije mirando al suelo todo el rato.

  • “Sí, una perra guarra de mierda es lo que eres” – y justo en ese momento noté el chorro de su meada encima de mí. Resbaló su orina por mi pecho y mi espalda, empapó el sujetador, y ya con la última gota me ordenó darle las gracias.

  • “Gracias, señor” – dije aguantando sin moverme.

Entonces me ordenó ponerme de pie, las manos detrás de la nunca, piernas juntas, y enseñarle lo muy guarra que soy.

  • “Meate encima, so puta”.

A los pocos segundos, mi braguita comenzó a tener su tela mojada, empapada, porque se frenaba al salir. Resbalaba por los muslos, y empapó las medias dejándolas bien mojadas.

“Te gusta, ¿verdad que sí? Te encanta ser una zorra femenina. Te encanta ser mi perra, ¿verdad que sí?”, y dije “sí señor” sin mirar al Amo.

Hubo orina por el suelo, quedó un charco, y el Amo me echó bronca merecido.

  • “Friégalo a cuatro patas”.

Tomé cubo y trapo, me puse a cuatro patas, y comencé a fregar bien limpio mientras el Amo vigilaba cómo limpiaba.

  • “Vuelves a limpiar mal. Eres una inútil total. Hay mucha agua para fregar tan poco. Lo sabe hasta las putas más idiotas. Me repugnas. Y estás sucia y apestas a meado. Das asco. Lárgate. A la puta calle”.

  • “Perdón señor. Perdón. No me eche señor, se lo suplico señor” – insistí llorando.

  • “Aquí no tienes derechos, sólo eres una mierda fea y apestosa, y te voy a tratar con el desprecio que te mereces. ¿Quieres quedarte, perra?”.

  • “Sí, señor, por favor se lo suplico señor” – añadí llorando.

  • “Bájate la braguita, ponte a cuatro patas” – me ordenó.

Hice lo que me ordenó, y empezó a obsequiarme con una lluvia de azotes sobre mi culo todavía rojo.

  • “Cuéntalos y dame las gracias” – me ordenó.

  • “Uno señor, gracias señor”.

  • “Dos señor, gracias señor”.

  • “tres señor, gracias señor”.

  • “Cuatro señor, gracias señor”.

  • “Cinco señor, gracias señor” – y tras la veintena me soltó una ráfaga seguida que yo, entré las lágrimas y el dolor, me desconté.

  • “Subnormal analfabeta, no sabes ni contar del uno al diez. Eres una inculta palurda y repugnante” – me dijo deteniendo los azotes.

Enfadado, tomó un rollo de cinta de precintar.

  • “Si no sabes contar, no quiero oír nada de ti” – y dando siete vueltas completas alrededor de mi cabeza y por encima de mi boca consiguió tenerme firmemente amordazada.

  • “Ponte los pantalones” – me ordenó.

Me vestí quedándome toda la preciosa lencería sexy, braguita, medias, sujetador, empapada de orina y con un tufo que se olía a metros de distancia. Conservé también los zapatos, y entonces me ordenó cerrar los puños. Precintó mis puños cerrados como si fueran guantes de boxeo, cubrió la mordaza con una bufanda porque era invierno, abrió la puerta, bajamos los escalones, abrió la puerta de la calle, y me echó.

  • “Lárgate, cerda” – me dijo, y cerró volviendo el Amo al apartamento, y yo recordando quién soy mientras me las arreglaba como podía para volver a casa, porque la cinta me impedía coger las llaves de la mochila, ni cambiarme de ropa, ni limpiarme, y tampoco hablar. Pero me merecía el castigo y la humillación, por guarra, por escoria, por furcia, y por basura humana.

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