Cabrón adolescente. 4

Volví a casa esa noche, me colé silenciosamente, o me preguntarían por la nueva herida de mi cara.

Mis padres estaban ocupados hablando de dinero, me fui directo a mi habitación, me tumbé en la cama y pensé en el lío en el que estaba ahora. Me sentí totalmente atrapado bajo los pies de Dani. No veía escapatoria, tenía un vídeo mío lamiéndole el cuerpo, chupándosela y suplicándole.

No habría forma alguna de que alguien me creyese ahora. Enterré mi cabeza en la almohada y lloré silenciosamente hasta que me dormí.

A la mañana siguiente me desperté con la misma ropa de la noche anterior, fui al baño y me miré en el espejo. Menos mal que mis padres se habían marchado a trabajar ya. Tenía un moratón en la cara gracias a mi mejor amigo y no me apetecía dar explicaciones tan temprano.

Odiaba el hecho de tener que ir a la escuela, no podía mirar a la cara a mis compañeros, por no mencionar mi a ex mejor amigo, que podría habérselo contado a cualquiera.

La clase estaba tan ruidosa y alborotada como siempre, pero yo no estaba de humor para charlar con nadie, fui derecho a mi sitio y abrí el libro de literatura. Estaba leyendo cuando me tocaron el hombro, miré asustado y dije: “¿Sí?”

Era Jesús: “Eh, tío, tienes un moratón en la cara, ¿te lo hizo Jose cuando te atizó la cara con su polla?” Al menos tres personas detrás se rieron.

Mi cara se puso roja mientras me escurría hacia abajo en la silla. Lo mejor que podía hacer era ignorar todos los comentarios. Jesús se sentó detrás de mí y susurró: “Nunca imaginé que fueras un maricón, pero si me la quieres chupar después de clase, no tengo problema, ¿eh?

Intenté que las palabras de Jesús no me afectaran, pero a pesar de todo sentía un nudo en la garganta mientras me preguntaba cuantos comentarios más tendría que aguantar.

Jesús era persistente. Continúo susurrando sobre mi hombro: “Eh Jaime, en serio tío, aquí tengo dieciocho centímetros que puedo empotrar en tu boca como hizo Dani. ¿Qué me dices? ¿Tenemos una cita esta noche?

Seguí ignorándolo, aunque solo quería escaparme y no detenerme hasta llegar a casa.

Pasé la hora del almuerzo aguantando algunas miradas y algún que otro comentario. Fui al lavabo, esperando y rezando por que estuviera vacío. Estaba intentando evitar hoy a todo el mundo, a Jose incluso más que Dani y, sin nada de suerte fue a quien me encontré.

Lo miré de reojo, no estaba seguro si debería hablar. Él me miró fríamente.
–No te atrevas a mirarme, o te muelo a palos, te lo juro. ¡No te acerques a mí, en serio! –me gruñó Jose al pasar a mi lado, empujándome a la pared con un golpe de hombro. Otros dos de mis antiguos amigos le siguieron, agitando sus cabezas con disgusto.

No sabía cuanta humillación más podría aguantar, pero sentía que todo iría a...