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Me dejaba llevar (4)

Escrito por: Kometruphas

Estaba dormido como un tronco cuando mi Amo vino a despertarme. De hecho, no le oí entrar, tan solo sentí algo que me empujaba suavemente. Lo primero que escuché fue Su dulce voz diciendo: “Despierta, perrito, venga.” Abrí los ojos y le vi ante mí, en calzoncillos, Su pie desnudo ante mi cara. Inmediatamente me puse a lamerlo y a besarlo, qué maravillosa manera de despertar, pensé, acunado por el pie de mi Amo. “Buenos días, perrito, venga, arriba, tenemos que prepararte para ir a trabajar.” Se agachó y me acarició la cabeza un momento, lo que me llevó directamente al paraíso. Se levantó, se sacó el rabo por la abertura de los gayumbos (siempre usaba calzoncillos blancos clásicos con abertura, y si bien antes de conocerle yo hubiera dicho que eran una cosa antigua y bastante cutre, desde que se los vi puestos no podía concebir nada más sexy) y me regó en abundancia. La primera meada de la mañana siempre era especialmente intensa en sabor y olor, y a esas alturas era la bebida más deliciosa para mí, así que tragué lo que pude y le di las gracias de corazón por tan maravilloso regalo.

Cuando terminó me ordenó limpiar todo aquello, pues el suelo estaba realmente asqueroso. Me había traído el cubo y la fregona, así que me puse a ello mientras Él me observaba. Cuando terminé, me dijo: “Bueno, y ahora vamos a limpiarte a ti, así no puedes ir a currar. Venga, en pelotas.” Como el suelo del baño pequeño aún estaba mojado, me llevó al otro, aunque me dijo: “Ese otro baño es demasiado grande y elegante para una mierda como tú, pero hoy lo vamos a usar para que no se haga demasiado tarde.” Me mandó meter en la bañera, y para mi sorpresa y placer fue Él el que me duchó, como a un niño pequeño. Con agua fría, eso sí, yo ya sabía que Él pensaba que el agua caliente es un lujo con el que un esclavo no debe ni soñar, pero el hecho de que Él me limpiase me llenaba de emoción. Primero me mojó bien, luego tomó gel y me frotó todo el cuerpo, me hizo inclinar y me limpió bien la zona del culo, metiéndome un par de dedos para asegurarse de que el jabón llegaba a cada pequeño rincón. También insistió en la zona de la polla, oculta por el dispositivo metálico, por lo que había que prestarle una atención especial para que todo quedase limpio. Cuando acabó, me dio una toalla, y me dijo: “Venga, date prisa, vamos a desayunar.” Por supuesto, Él lo hizo sentado a la mesa de la cocina, y yo en el suelo, donde Él había puesto mi cuenco con café y cereales. Terminé en un momento y besé y lamí sus pies mientras Él acababa.

“Venga, vamos a vestirte.” Me sentí como un muñeco, un juguete entre Sus manos, una sensación maravillosa. Fuimos hasta el armario donde estaba mi ropa, y Él comentó que allí había demasiadas cosas para un esclavo, pero no teníamos tiempo de ocuparnos de eso ahora. Eligió un pantalón gris y una camisa blanca. Calcetines negros, una camiseta de tirantes azul, que sin duda sería perfectamente visible a través de la camisa. Yo nunca las había usado, pero desde el principio quedó claro que eran las que Él prefería, así que me hizo comprar algunas, blancas, sino azules y de color carne, y todas se transparentaban bajo mis camisas. También me había hecho comprar calzoncillos como los que Él usaba, clásicos slips en los mismos colores de las camisetas. Me ocurría lo mismo que he contado antes: para mí hasta entonces esas prendas eran algo casi ridículo, cuando las veía en alguna tienda no podía evitar pensar en qué tipo de tío cutre y sin gusto podía ponerse aquello. Pero desde que vi que él las usaba, y supe que eran las que le gustaban, no podía imaginar nada más hermoso y sexy. Otra cosa era los comentarios que mi cambio de aspecto de las últimas semanas, el pelo rapado, la ropa tan diferente que estaba usando, provocaba entre mis compañeros de oficina. Por mucho que mentalmente le ofreciera a mi Amo aquella humillación, el día a día se me hacía duro, tenía que recordar constantemente que aquello no era decisión mía, alguien superior se ocupaba ahora de esas cosas, y si tenía que soportar alguna mirada burlona, tendría que aguantarme. Si Él decidía que ése tenía que ser mi aspecto, no había duda posible, y seguramente la humillación me vendría bien para ir poco a poco matando mi ego y poniéndome en mi sitio.

En fin, que me preparó todo lo que tenía que ponerme, excepto calzoncillos. Pensé que me haría ir sin ellos, pero lo que hizo fue quitarse los suyos y dármelos: “Ponte esto, tampoco queremos que un puto esclavo como tú vaya tan limpio e inmaculado. Sí, sí, ya sé que te gusta y que es un honor para ti, hala, déjate de halagos que llegas tarde.” Tenía razón, cuando me dio Sus calzoncillos yo me emocioné. Ponerme algo que había estado en contacto con Su piel, y además qué parte de su piel, el tejido que había guardado y acariciado Su polla y Sus huevos, aquello era un sueño hecho realidad. Me los puse casi con lágrimas en los ojos, y no pude evitar pensar en lo mucho que me había cambiado ese hombre en tan poco tiempo. Yo, que siempre estaba buscando la ropa interior más lujosa y cara, ahora me emocionaba por llevar unos gayumbos cutres y usados. Y es que para mí ya no eran cutres, el hecho de que fueran Suyos, de que Él los hubiera elegido y además los hubiera llevado puestos los transformaba en la más exquisita pieza de diseño, la prenda más deseable, la única que yo podía ansiar llevar puesta. Mi Amo, además, tenía normas muy concretas para mí a la hora de vestirme: la camiseta y la camisa tenían que ir metidas por dentro de los calzoncillos, para asegurarse de que no se movían, y también supongo que para asegurarse de que se me viera la parte superior de los gayumbos en cuanto me descuidase un poco, lo que contribuía a las risitas y la humillación en la oficina. Me miré fugazmente en el espejo una vez estuve vestido, y lo que vi era la confirmación de que yo ya no era el mismo de antes. El tío que me miraba desde el espejo, con su cabeza pelada y su ropa que habían elegido para él, desde luego no pasaría la selección de ninguna revista de moda masculina, pero sí pasaría el único filtro que le interesaba: el de la aprobación de su Amo, y por eso ese tío del espejo era mucho más feliz de lo que había sido jamás hasta que tuvo la suerte de ser rescatado por Él.

Al salir, fui a coger las llaves de casa, pero de un manotazo me las quitó: “¿Qué te crees que haces, idiota? Desde ahora esta casa es un territorio que no te pertenece, y al que tendrás que pedir permiso para entrar.” Revisó mis bolsillos y confiscó mi cartera, dándome solo el carnet de identidad, pero nada de dinero. Tan solo el móvil, “para poder recibir órdenes. Si no te digo nada, te quiero llamando a la puerta exactamente quince minutos después de salir del trabajo, o prepárate. Venga, a la puta calle, que yo tengo cosas que hacer.” Y así me echó de mi casa, o mejor dicho, de Su casa, pues estaba claro que también de aquella parte de mi vida había tomado posesión.

Me dejaba llevar (4)

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