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Me dejaba llevar (3)

Escrito por: Kometruphas

Continuamos el viaje hacia mi casa, pero yo estaba muerto de curiosidad por saber qué ideas tenía mi Amo al acompañarme. Tal vez quería conocer exactamente dónde y cómo vivía yo, pues aunque Él me había preguntado detalles y ya había tomado el control de muchos aspectos, podía desear ver con sus propios ojos cómo seguía sus órdenes. O simplemente tenía unos días libres y quería relajarse cambiando de ambiente. El caso es que, como le veía relajado tras la aventura con el camionero, me atreví a hablarle. “Señor, perdón, ¿puedo preguntarle qué planes tiene cuando lleguemos a casa?”

Él me miró a través del retrovisor, sonrió levemente y se incorporó hasta que su boca estuvo justo detrás de mi oído derecho. Por su sonrisa creí que se apiadaba un poco de mi incertidumbre y que iba a contarme efectivamente sus planes. Él habló muy suavemente, pues al estar tan cerca le escuchaba sin tener que alzar la voz. “Vamos a ver, perrito, ya me conoces de unas cuantas semanas. ¿No crees que si tuviera ganas de oír tu asquerosa voz de cerdo te hubiera preguntado algo? ¿No te parece que, si quisiera que abrieras esa puta boca para algo más que para chuparme la polla, te lo diría? ¿Que si tuviera ganas de conversación con un puto esclavo imbécil como tú lo tendría tan fácil como hablarte para que me respondieses lo que fuera? Pero no he hecho, ¿verdad? Simplemente has abierto esa boca de subnormal para soltarme tus gilipolleces sin que nadie te lo mande, ¿o es que alguien te ha mandado que hables? ¿Te he dado yo permiso para dirigirte a mí, retrasado de mierda? ¿Por qué cojones tienes que acabar abriendo siempre esa bocaza, vamos a ver? ¿Cómo tengo que hacerte entender de una putísima vez que solo tienes que hablar cuando se te pregunte? No puedo ir un rato tranquilo en coche sin que de ese cerebro de gusano empiece a brotar mierda, y en vez de estarte calladito como un buen esclavo, te da por hablarme cuando te sale de la punta del nabo, joder, qué hasta los cojones me tienes. Pero mira, precisamente en esta mochila llevo algo que me ahorrará el tener que volver a escucharte, mira lo que tengo aquí, verás qué previsor es tu Amo.” Y sacó de la mochila una mordaza especialmente incómoda que me había puesto varias veces. No era la típica de bola, sino que más bien era un separador, unos alambres que obligaban a tener la boca muy abierta y que era realmente dolorosa de llevar mucho rato. “¿Quieres que te la ponga y seguir conduciendo con ella a la vista de todos? ¿Qué pensará la gente cuando lleguemos a Zaragoza y te vea desde la acera con la boca abierta por la mordaza? ¿O es que te crees que me voy a cortar de ponértela porque puedan verte, imbécil?”

A esas alturas yo ya estaba llorando y suplicando, en silencio, eso sí, porque realmente me aterraba la idea de llegar conduciendo a casa con el chisme ése puesto, así que cuando mi Amo me preguntó por última vez: “Vas a cerrar la puta bocaza, ¿verdad que sí, esclavito? ¿O tengo que ponértela para que no me des más el coñazo con tus idioteces?” Yo gesticulé como pude para asegurarle que no volvería a hablarle sin permiso, y Él lo que hizo fue ponerme la mordaza alrededor del cuello, como si fuera un collar, diciendo: “Pues a ver si es verdad, hostia. Esta vez te libras porque si te la pongo tendría que conducir yo y no tengo ganas, pero te la voy a colocar aquí para que la tengas bien presente, y así estará a mano por si tengo que acabar poniéndotela en la boca, lo que no me extrañaría con un mierda como tú”. Y con tan extraño collar continué conduciendo hasta llegar a casa.

Aparqué en el garaje, y cuando saqué las llaves para abrir la puerta del ascensor, me las quitó sin más y abrió Él. Sin preguntarme nada pulsó el botón del piso, y al llegar, se dirigió directamente a mi puerta, era evidente que había memorizado mi dirección, lo que me llenó de adoración: que mi Amo se hubiera tomado la molestia de aprenderse mi dirección exacta me produjo una intensa sensación de felicidad y agradecimiento. Nada más entrar, me dijo: -“¿Dónde está el baño más pequeño?” Yo le indiqué la puerta con un gesto, y Él dijo: “Adentro”. Abrió la pequeña mochila de la que había sacado la mordaza, y sacó unas esposas. De un rápido vistazo localizó un buen sitio para engancharlas, uno de los tubos del radiador, casi al nivel del suelo, y tras ordenarme que me sentara, me esposó. Cogió la mordaza que aún tenía al cuello y me la colocó en su sitio, diciendo: “Así evitamos la tentación de que te pongas a decir chorradas. Y además, ya que estamos en el baño, voy a aprovechar, me meo como un cabrón”. Por supuesto que no lo hizo en la taza sino sobre mí, aprovechando que la mordaza me mantenía la boca bien abierta, aunque no se concentró especialmente en la boca sino que me regó todo el cuerpo y dejó un buen charco debajo de mí. “Y ahora te vas a quedar ahí bien tranquilito mientras echo un vistazo. Si tienes ganas de mear, no te cortes, como si estuvieras en tu casa”- añadió con una sonrisa burlona. Salió cerrando la puerta y dejándome encerrado.

El caso es que sí, que yo también me estaba meando, así que no tuve más remedio que aumentar el charco sobre el que estaba sentado mientras intentaba poner en orden mis pensamientos, cosa que no podía hacer ante Él. Por un instante pensé que me había vuelto loco, ¿qué coño hacía yo, encerrado y esposado en el baño de mi casa, apestando a meados, con este tío al que casi no conocía adueñándose de todo lo que encontraba a su paso como si le perteneciera por derecho propio? Tuve miedo por haber ido tan lejos, ahora estaba en mi casa, sabía dónde yo vivía y tenía las llaves de la casa en su poder. Qué iría a hacerme, joder, llegué a sentir miedo por un rato. Pero cuando conseguí controlar ese pequeño ataque, otros pensamientos me vinieron a la mente. Déjate de miedos, me dije, este tío, este hombre, este Amo es lo mejor que ha pasado en la puta vida, reconócelo. Tu vida no valía, no vale nada, fuiste un mal estudiante y tienes un trabajito de mierda que no a ninguna parte. Siempre te has sentido perdido, asustado, inferior. Y de pronto aparece Él y te pone en tu sitio. Reconoce que la primera vez que estuviste en Su presencia y te arrodillaste para besar Sus botas fue el momento más feliz de tu vida hasta entonces, joder. Ese era tu sitio, admítelo, fue como llegar a casa después de un día agotador, sus botas, sus pies, todo en Él tiene lo que estabas buscando, idiota. Claro que te trata como a una mierda, porque eso es lo que eres, una mierda a su lado. El simple hecho de que te permita estar en Su presencia es un regalo, y más te vale que hagas por ganártelo, porque si decide que no te quiere a su servicio, ¿qué vas a hacer? ¿Seguir como hasta ahora? Está claro que no es uno de esos Amos de pacotilla con los que has quedado a veces, que lo único que quieren es follarte y darte un par de fustazos, y a los que es fácil manipular para que hagan lo que tú quieras. Él es distinto, cogió las riendas bien fuerte desde el primer momento y no tiene pinta de querer soltarlas. Así que cierra la boca y agacha la cabeza ante Él, intenta ser digno de estar en Su presencia. Obedece sus órdenes, porque está claro que esa es la única forma en que podrás ser feliz, reconociendo lo que eres, un puto esclavo de mierda, y lo que es Él, alguien superior, y déjate guiar donde Él decida llevarte, pues es por tu bien. El camino que te marque es el que debes seguir, por duro que sea. Él sabe lo que te conviene, y tú también lo sabes. Ser lo que Él quiera que seas, como Él quiera y en el momento que Él lo quiera.

En estos pensamientos andaba cuando oí que llamaban al timbre. Imaginé que habría contactado con algún tío y que vendría a follarme y a usarme a su antojo. Me preparé para ser lo más sumiso y obediente posible, pero pronto comprendí que mi Amo había pedido una pizza. La fantasía del pizzero que llama al timbre y se queda a follar está muy bien, pero no se cumplió, mi Amo cerró la puerta y continuó ignorándome un buen rato. Cuando por fin volvió al baño, traía una caja de pizza con un trozo, que apoyó en el radiador al que yo estaba esposado. Le sonreí con adoración, y Él dijo: “No voy a dejar que mi esclavito se muera de hambre, pero antes de la cena propiamente dicha vas a tener que comer otra cosa.” Me quitó la mordaza, se abrió la bragueta y me metió el rabo en la boca, lo que me llenó de felicidad. Bueno, de felicidad y de polla, claro. Fue muy rápido, me la clavó hasta el fondo, me agarró de las orejas para dirigir mis movimientos, y cuando estuvo a punto de correrse, me la sacó. Cogió el trozo de pizza y se corrió encima, una lefada considerable que se mezcló con el queso, ya frío, de la pizza. Cuando hubo terminado, tiró el trozo al suelo, en el charco de meados, y simplemente me dijo: “Buenas noches y buen provecho”, antes de apagar la luz y salir. Me las apañé para comer la pizza fría del suelo, pues no podía usar las manos. Sentía el sabor de su leche y el de su orina mezclada con la mía que lo empapaba todo. Comí hasta la última miga y me preparé para dormir, pues era evidente que mi Amo pensaba dejarme allí toda la noche.

Me dejaba llevar (3)

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