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Me dejaba llevar (2)

Escrito por: Kometruphas

Durante el viaje de vuelta me ordenó parar en la misma gasolinera en la que me detenía siempre al ir hacia la granja. Tras echar gasolina, me dijo que aparcase un momento para ir al baño, y que le siguiera. Le obedecí, por supuesto le abrí la puerta como haría un chofer, lo que provocó alguna que otra mirada entre los clientes que había por allí. Una vez en el baño, entró en una de las cabinas haciéndome una seña para que le siguiera. Me obligó a arrodillarme y meó abundantemente en mi boca. Yo intenté tragarlo todo, pero un poco se escurrió hacia mi camiseta, ya bastante sucia de por sí. Cuando salimos había un tío lavándose las manos, y se nos quedó mirando al vernos salir de la misma cabina. Mi Amo se volvió a mirarle y mantuvo su mirada un instante. Una vez fuera, me mandó esperar. Al instante, el tío salió y se dirigió hacia nosotros. Era un camionero que había parado a repostar, y tenía su camión aparcado detrás de la gasolinera, y era evidente que iba buscando marcha. “¿Te apetece follarte a este? Nos lo podemos montar de puta madre, verás lo complaciente que es” – dijo mi Amo. El tío sonrió y nos invitó a su camión. Subimos a la cabina, y en la parte de atrás tenía un espacio con una colchoneta, pequeño pero suficiente para los tres.

Allí olía a tigre que tumbaba, de hecho ya al caminar a su lado yo había notado que el camionero no era un entusiasta de la higiene personal que digamos, y la peste de sus sobacos peludos, perfectamente visibles porque llevaba una camiseta de tirantes, llegaba hasta mí con fuerza. Mi Amo me dijo: “A ver si eres agradecido, Lucas (así se llamaba el camionero) nos ha invitado a su casa, demuéstrale que ha hecho bien.” Yo me puse a cuatro patas y me incliné hacia su paquete, que incluso por encima del pantalón cantaba de lo lindo. “Hostia, qué guay, un esclavito, ya tenía yo ganas de pillar alguno por banda, verás qué bien lo vamos a pasar”. Se bajó los pantalones y añadió: “Pero antes de la polla me vas a comer un poco el culo, que hace días que no me lo limpian como dios manda”. Mi Amo se echó a reír y dijo: “Joder, Lucas, pues hoy es tu día de suerte, a este cerdo le encanta limpiar culos de tío con la lengua, menudo premio”. Total, que Lucas también se puso a cuatro patas ofreciéndome su peludo y no muy limpio ojal. Todo en él olía a tío, a sudor, a vicio, y mi Amo tenía razón, claro, a mí me encanta comerme un buen culo, así que aquello era un verdadero festín, además la vista mientras acercaba mi cara, con los cojonazos colgándole, me volvía loco. El sabor era tan fuerte como me esperaba, incluso demasiado, pero la verdad es que, si bien el scat era uno de mis límites, en las pocas semanas que llevaba con mi Amo había empezado a cambiar. Él no me había hecho comer mierda, pero sí limpiarle muchas veces, incluso estar arrodillado ante él mientras cagaba, y yo suponía que en algún momento Él querría que yo diera el paso y le tuviera dentro también de aquella forma. Yo no estaba seguro de poder hacerlo, en realidad, pero desde luego estaba firmemente decidido a intentarlo, si a Él le complacía. El culo de Lucas me sirvió de entrenamiento, pues entre los sabores del sudor y la falta de higiene se mezclaba también el de algún pequeño resto que me iba encontrando. Ya me había sucedido con mi Amo, y a esas alturas eso ya no me suponía un problema, así que me empleé a fondo en comer aquel fabuloso culo que se me ofrecía. Lucas empezó a gemir en cuanto puse la lengua en contacto con su ojete, y él y mi Amo empezaron a morrearse y a sobarse. Pronto estaban los dos en pelotas, y cuando consideró que ya tenía el culo inmaculado, se lanzó a por el mío pero no con la lengua, precisamente. Lucas calzaba un tranco de tamaño considerable, lo que me asustó un poco, pero mi Amo estuvo al quite y dijo: “Espera, que me lo vas a destrozar. Deja que te lo abra un poco primero, y que te la chupe mientras tanto.” Dicho y hecho, mi Amo se puso detrás de mí y empezó a follarme. La polla de mi Amo no es pequeña, precisamente, pero sí algo más que la del otro tío, y ya estaba acostumbrado a su tamaño. Ni que decir tiene que tener un rabo en cada agujero me volvía loco, y eso que llevaba puesto el cinturón de castidad y no podía empalmarme, pero el vicio que se respiraba en aquella cabina hacía que saliera lo más cerdo de mí. Cuando mi Amo consideró que ya estaba bastante abierto, le dijo a Lucas: “Venga, tío, ahora sí, vamos a cambiar, fóllate a este cerdo”. Él accedió encantado, y tras un morreo con mi Amo mientras cambiaban de sitio, se puso a mi espalda y me clavó su estoque de un solo golpe. Por muy abierto que me hubiera dejado mi Amo, aquello dolió, pues el rabaco era grande de cojones, pero aguanté como pude y miré a mi Amo para ofrecerle mi dolor. Él sonrió y me agarró de las orejas para dirigir mi cabeza a su propio rabo. Qué rico estaba, joder, y qué bien empecé a pasarlo en cuanto me acostumbré al tamaño de Lucas taladrándome el ojal. Mi Amo me clavaba la polla hasta la garganta, y el calor y el vicio hicieron que los dos se corriesen en poco tiempo, y prácticamente a la vez, con lo que yo quedé lleno de leche por los dos lados.

Los dos se desplomaron, sin aliento, y cuando se recuperaron un poco se sentaron con las espaldas apoyadas en la pared de la cabina. Lucas sacó un paquete de tabaco, le ofreció un cigarro a mi Amo, y los dos fumaron relajadamente mientras yo les sujetaba un cenicero que Lucas sacó de una pequeña caja en la que guardaba algunos enseres. Cuando terminaron me hicieron tumbar delante de ellos y me usaron de almohada para los pies mientras charlaban y se intercambiaban los teléfonos. Resultó que Lucas pasaba muy a menudo cerca de mi ciudad, y los dos estuvieron de acuerdo en que le vendría fenomenal usarme cuando pasara por allí para descargar los cojones y seguir viaje más relajado. Al despedirnos, Lucas tenía ganas de mear, y mi Amo también, así que detrás del camión tuve que arrodillarme y recibir la lluvia de aquellos dos machos, sin que a mi Amo le importase en absoluto que yo quedase empapado y que aún tuviese que conducir hasta casa. Se despidió de Lucas con un morreo, y me ordenó volver al coche. “Cómo apestas, joder” – dijo, descojonándose, cuando le abrí la puerta del coche. Nuevamente noté miradas de clientes que se extrañaban de nuestro aspecto, yo con la camiseta mojada abriendo la puerta como si fuese un chófer uniformado. No dije nada, por supuesto. Él decidía, y si a Él le complacía que la gente me viera empapado en meados y humillado abriéndole la puerta, yo solo podía sentirme agradecido porque Él me permitiera complacerle. Entré en el coche, arranqué y me dirigí hacia mi ciudad.

Me dejaba llevar (2)

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