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MASAJE DEPORTIVO

Escrit per: Sparky

Ficción derivada de la realidad que empezó el martes 21.

Trabajo dando masaje deportivo en un centro de la capital. Los martes suele haber más trabajo, sobre todo en estos días de mejor tiempo, después de los fines de semana llenos de todo tipo de competiciones o, simplemente, mayor número de runners que salen a trotar. Lo habitual es empezar ligero a primera hora de la mañana, más relajado, con tiempo para un café entre cliente y cliente. A medida que avanza el día, sobre todo entre las dos y las cuatro de la tarde y a partir de las cinco, el trabajo aumenta, sin descanso, y te ves obligado a prolongar tu jornada para atender a todos tus habituales, y a alguno nuevo. Hombres en un 90 por ciento, lo cual, desde mi punto de vista, es muy de agradecer: qué mejor manera de ver esos machos definidos, musculosos, fibrados, depilados… Y además poder masajear sus piernas, lo más frecuente, o sus espaldas tan bien dibujadas. Y sí, de vez en cuando, algún que otro glúteo bien formado, redondito y atractivo, que continua en unos muslos perfectos, sobre todo porque aún queda alguna liguilla de fútbol dominguero en marcha. Y con este trabajo uno puede regodearse mirando sin tener que ocultarlo, pues es lo más natural que el masajista mire lo que está tocando, amasando, estirando y relajando. Menos mal que ellos no ven mi muy frecuente reacción entre las piernas: al final del día mis gayumbos están empapados de precum, no puedo evitarlo.

Pues este martes fue normal, como el resto de martes de mi vida laboral, hasta el último cliente, un hombretón de más de 1.90 y unos 85 kilos. Un nuevo cliente del centro, que me habían asignado a petición suya, a pesar de que hasta las diez de la noche no podría atenderlo. Venía vestido con ropa deportiva, como si estuviera a punto de salir a correr en cuanto termináramos, una camiseta semielástica, de un llamativo azul eléctrico, que marcaba sus pectorales perfectamente definidos y proporcionados (no me atraen mucho los culturistas o el exceso de musculatura), unas mallas negras con rayas de color en los laterales que mostraban un culito perfecto y un buen paquete, piernas totalmente depiladas, muy atractivas, calcetos a la altura del tobillo y unas zapas que se veían usadas pero no destruidas. El pelo casi rapado, en un corte de tipo militar. El macho perfecto, pensé, como tantas otras veces. Me explicó que, aunque su actividad deportiva principal era el running, el domingo había salido con la bicicleta de montaña y notaba todo el cuerpo cargado, desde el cuello a los pies, así que me sugirió un masaje para relajarle toda la musculatura. Eso me llevaría más de una hora, pero ante un dios humanizado no me importó retrasar mi regreso a casa. Le pedí que se quitara la camiseta y se tumbara boca abajo en la camilla, para empezar por los dorsales y demás musculatura posterior.

-- OK, me dijo, y cuando me di la vuelta, después de haber cogido el aceite de masajear, lo encontré ya tumbado, pero completamente desnudo.

Ufff! El recuerdo de esa visión aún me la pone dura… Le dije que no era necesario que se quitara las mallas, pero me replicó que si tenía que quitárselas después para que yo pudiera trabajarle bien los glúteos y los muslos, era algo que llevaba ya hecho. Asentí y sonreí y me puse a la labor: aceite y manos arriba y abajo, primero en sus cervicales, luego dorsales, lumbares… Y a cada maniobra me iba poniendo más palote, no podía dejar de mirar ese cuerpazo perfecto mientras lo frotaba, desde la cabeza a los pies. Por cierto, ¡unos piezacos!, un 46 muy bien proporcionado, no de esos que los ves largos pero estrechos, que me produjeron un enorme placer cuando manipulé sus dedos uno a uno, y tuve que frenarme para no empezar a comérselos.

Y llegó el momento de `pasar a la parte delantera, a pectorales y parte anterior de los muslos y, si acaso, los músculos peroneos, que a los corredores se les cargan mucho. Le pedí que se diera la vuelta en la camilla mientras yo cogía una sabanilla para cubrirle la zona púbica, por aquello de aplacar su pudor, que no el mío. Y, de nuevo, cuando me di la vuelta él ya estaba bien colocado. Muy bien colocado. Si yo estaba medio palote, él lo estaba entero, con sus aproximadamente 20 centímetros (es mentira lo de la L) apuntando bien arriba.

-- No puedo evitarlo, me dijo mientras rechazaba que le cubriera el mástil, siempre que me masajean me ocurre lo mismo.

¡Diossssss!. Aquello ya fue el acabose, me empalmé del todo inmediatamente y no pude apartar la mirada de la gloria. Como para que él no se diera cuenta. Echó su mano izquierda a mi paquete, imposible de disimular ya.

-- Tenía yo razón. Tú eres “gordipasivo”, ¿verdad?.

Sin perder mi erección enrojecí de golpe, prefiero seguir en el armario. No sé cómo había llegado a esa conclusión, certera por otro lado. Farfullé un sí apenas audible.

-- Acaba tu trabajo, que luego hablamos, me dijo con autoridad.

Así que yo, al tajo. A masajear, a estirar y relajar musculitos por aquí por allá, pero ya escondiendo la mirada, avergonzado, pero a la vez excitadísimo. En 20 minutos había terminado. O al menos, eso creía yo. Porque él, muy consciente de quiénes éramos los dos, me pidió un final feliz. Con mis manos aceitosas comencé a masajear la única parte que no había tocado todavía, aunque estaba deseando hacerlo. Comenzó a respirar de manera diferente, cerró sus ojos y disfrutó de otra manera de mis servicios, no incluidos en el precio.

-- Con la boca, que sé que te gusta mamar. Y quítate el pijama, para que yo pueda ver si estás tan gordo como dices.

Allí los dos en pelotas, él sobre la camilla y yo en pie, le comí la polla hasta el fondo, cortando las náuseas como pude cuando llegaba hasta el fondo. Noté esa especie de convulsiones previa a la explosión y me la saqué de la boca al tiempo que él me untaba toda la cara.

-- Ahora toca limpieza, pero la mía, que me has dejado todo pringado. Empieza por donde tú ya sabes.

Se puso en pie, yo arrodillado ahora, otra vez a comer, estupendo bocado que paladeé con fruición. Mientras tanto él cogió un rollo de papel y comenzó a secarse los restos de aceite. Desde abajo, y moviéndose de aquella manera, la visión era aún más imponente.

-- De ahí para abajo te encargas tú, que seguro que sabes cómo hacer que yo no tenga que agacharme.

Dejé su verga reluciente y comencé a bajar, recorriendo toda aquella perfección con mi lengua hasta los pies, cuyos dedos limpié uno a uno, disfrutándolos, por delante primero y luego por detrás, desde las nalgas hasta las plantas.

-- Muy bien perro. Ahora te pago.

Me inclinó sobre la camilla, sólo el torso y la cabeza. Con una de las vendas ató mis manos a la espalda y los tobillos, separados, a las patas de la camilla. Me deshacía de placer, creo que mi culo latía desesperado. Abrió su bolsa de deportes, en la que yo creía que llevaba ropa para cambiarse después, y sacó un pequeño látigo con el que me fustigó las cachas una y otra vez, hasta que tomaron el tono rojo que a él le gustaba.

-- Me gustan los culos rojos, por dentro y por fuera.

Intenté incorporarme, pero me sujetó contra la camilla mientras con la otra mano, empezó a jugar con mi ojete, metiendo primero un dedo y luego dos, empapados en el aceite de masajes. Me dilató el agujero hasta que consideró que ya cabía su polla sin demasiadas dificultades. Mientras abría el condón, la frotó entre mis glúteos, aumentando mi grado de excitación hasta que empecé a echar precum por litros. Despacio, diría que casi con cuidado, comenzó a introducir su hombría, mientras yo gemía entre el dolor y el placer. Y bombeó, estalló de nuevo, esta vez en mi interior, y no dejó de bombear hasta que mi próstata estuvo suficientemente estimulada como para tener mi primera corrida libre de manos.

Sin desatarme sacó de su bolsa una jaula de castidad metálica. Con dificultad me la puso y cerró con un candado.

-- Joder, perro, sí que me ha costado cerrarlo. Te sobran kilos, por eso el anillo te va tan apretado. Seguro que no es la primera vez que lo llevas y ya sabes que molesta al principio, pero luego te acostumbras. Y si quieres llevarlo mejor, piensa en perder peso, te apretará menos el anillo. Si quieres yo puedo ayudarte, puedes venir conmigo a correr todos los días, yo te orientaré sobre la mejor manera de hacerlo. Mañana te espero a las 7 de la mañana en mi portal.

Yo asentí, fundamentalmente por la idea de tener una relación de cualquier tipo con él.

-- Si quieres volver a tener una sesión como esta tendrás que demostrarme que estás perdiendo peso. Por cada kilo que pierdas, un encuentro aquí. Tú decides. No me olvides.

Le vestí, le até las zapas que tanto me atraían, y se fue sin dejar los 30 euros que valen mis masajes y que tuve que poner yo en la caja del centro. Pero sí me dejó la jaula puesta, que hoy viernes 24 llevo todavía. Como para olvidarme de él, con el casi cuarto de kilo que pesa tirando de mi nabo hacia abajo (podéis verlo en la foto nueva de mi perfil). Ya os contaré cómo son las noches… y los días, porque cada día que voy a correr con él acabo muy, muy caliente, pero no puedo mastúrbame.

Hemos quedado hoy a las nueve de la noche, cuando yo acabe de trabajar, para salir a correr y ver si él también se corre, porque llevo perdido casi kilo y medio.

MASAJE DEPORTIVO

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