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Conociendo al Amo. Primera parte.

Escrito por: gameover

-Joder, estoy muy nervioso. No he vivido esto nunca. Siempre he tenido el morbo de hacer esto, y ahora, aun por Skype, siento que estoy ante un amo de verdad, y estoy terriblemente excitado, pero muerto de miedo. ¡Me voy a volver loco! ¡¿por qué me está pasando esto, si es lo que siempre he deseado?!. Mi mujer me está llamando para que me vaya ya a dormir, por qué no me das veinticuatro ho..

-No me importa-, le contesté.

No sé bien cómo explicarlo. Realmente no quiero ser borde. No me lo propongo, ni es a lo que aspiro. No tengo interés en ese tipo de impostura. Además, suelo entender el significado del morbo que está ocurriendo. Las causas, y cómo jugar con él. Moldearlo, aumentarlo, reducirlo, llevarlo al límite, y cortar en seco cuando parece que va a explotar. Sin embargo, no logro que nada de esto me importe realmente. Es una cuestión de pereza. No quiero guiar a nadie a que haga las cosas que yo quiero. Aunque podría. No me gusta el juego de "educar" mayores de edad. No me gusta tener que enseñar que tengo autoridad. No disfruto imponiendo castigos por necesidad. No me gusta que la persona que tengo en frente no tenga el suficiente recorrido mental como para aun no haber decidido si implicarse en el rol o no. Podía comprender perfectamente la situación de nerviosismo en la boca del estómago de ese hombre de treintaytantos, casado, que había esperado a que su mujer se fuera a dormir para arañar unos minutos por Skype con un chico encontrado en una página de Internet. Entendía bien cómo se veía al borde de realizar una de sus fantasías. Notaba cómo temblaba la cámara mientras la subía para enseñarme durante unos segundos su cara. Entendía lo que le excitaba la idea de estar a las órdenes de alguien más joven que él. Realmente entendía el morbo de todo aquello. Simplemente era cierto que no me importaba. -Voy a mear y lavarme los dientes-, le dije. -Tienes cinco minutos. Si a la vuelta no tengo lo que te he pedido, aquí nos despedimos-. Y me marché al baño.

A la vuelta encontré varios mensajes. "NOOO por favor", "Me voy a morir! por qué estoy tan nervioso?", "no puedo perder esta oportunidad", y cosas así. Y finalmente, las dos fotos que le había pedido. Una foto de frente, desnudo, con una polla sin empalmar y encogida por el miedo. La cara bien visible. Con una mirada sorprendentemente triste. O mejor dicho, perdida. Con una expresión anodina. Parecía que no estaba mirando al objetivo de la cámara. Si no kilómetros detrás de él.

Por algún motivo, disfruté de aquella expresión. Me pareció reconocer, al fin, su voluntad doblegada. A unos minutos del crack definitivo, en el que ese pobre hombre no sospechaba hasta qué punto el nerviosismo y excitación de aquel momento le estaba llevando a un punto sin retorno. Me paré a saborear el momento. Aquello sí que me importaba. Ahora se había despertado, como en un destello, mi perverso interés. Ahora tenía una duda. ¿Acabaría de quebrarse la rama?. Al fin algo de interés por mi parte. Por fin se me ponía dura.

Seguí recorriendo la foto con la mirada. Allí estaba el cartel que le había pedido. Con las dos manos sostenía un folio en el que estaba escrito en mayúsculas, y claramente legible, la palabra 'MARICÓN'. La segunda foto era similar. Sentado en el suelo, con las piernas abiertas y levantadas sobre su cabeza, dejando ver su ojete. Con las manos por delante, sirviendo además de apoyo para levantar las piernas, el mismo cartel 'MARICÓN', y sobre él, su cara asomando.

Después de las fotos, en la conversación de Skype, una palabra más. "Amo?".

Muy bien. Le respondí. Voy a seguir hablando contigo. Pero todavía has de hacer algo. Foto, por delante y por detrás de tu DNI. O corto.

No merece la pena repetir los minutos de incertidumbre y nerviosismo que había despertado nuevamente, aquella orden en este hombre casado, al que llamaremos Alberto. No merece tampoco la pena volver a describir cómo la excitación que me había producido la situación anterior dio paso rápidamente a un muy conocido terrible aburrimiento. Cuando pensé que aquello no tenía futuro, y estaba buscando el botón de bloqueo y eliminación en Skype, recibí un archivo. La rama se había roto.

-De acuerdo, quedaré contigo- le dije. -Vuelve a la cama con tu mujer. Fóllatela. Y en medio del polvo, empieza a fantasear con que os grabáis. Si le parece bien, que por lo que me has contado, no lo creo, quiero que grabes cómo se la metes. Si no, cuando se duerma, quiero que le hagas una foto del coño. Voy a quedar contigo el jueves. Trae la foto-.

Fue toda la conversación por esa noche. Y casi pude sentir cómo se iba a la cama arrepentido de haberme enviado esas cuatro fotos. Las suyas desnudo, y las de su DNI. Pude sentir cómo se ponía nervioso, cómo empezaba a temerse haberse puesto a sí mismo en peligro, y cómo, de todo ese miedo, nacía la excitación que haría que esa noche su mujer y él echaran uno de los mejores polvos que habían echado nunca.

Conociendo al Amo. Primera parte.

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