BITÁCORA 2. LA PRIMERA SESIÓN

Escrito por: MasterBite

Y el día esperado llegó. Ahí estábamos los dos, mirándonos frente a frente, con mil pensamientos en la mente: excitación, morbo, dudas...

Aunque siempre me he asumido como Dominante, lo cierto es que esa era la primera vez que tenía a alguien a mi disposicón y aunque mis gustos por ciertas prácticas están bien definidos, en ese momento no sabía qué hacer, podría decirse que estaba abrumado por la situación y embriagado por el nuevo poder que ostentaba, especialmente porque otro hombre me lo estaba cediendo voluntariamente.

Como un buen esclavo que se anticipa a los deseos de su Amo, Luis tomó la iniciativa

-¿Quieres que te bese los pies?

Esa pregunta tuvo dos efectos, primero me hizo reaccionar y darme cuenta que en verdad tenía a alguien sumiso a mi diposición, y por otro lado, sentí el impulso de darle una bofetada por tutearme (el Amo en mi interior había despertado), pero me detuve porque aún lo veía como mi amigo, no como un esclavo deseoso de servirme.

Por su parte, Luis debía sentirse igual de abrumado, lo noté porque cuando le dije que me quitara los zapatos se puso de rodillas con movimientos torpes, las manos le temblaban y titubeaba al hablar, especialmente cuando le ordené que se dirigiera hacia mí con respeto, hablándome de usted y diciéndome "Señor".

La siguiente orden fue quitarme el pantalón y él simplemente respondió "Sí", lo que me dió una oportunidad para romper el hielo, por así decirlo: lo tomé del cabello y jalé su cabeza hacia atrás mientras me preparaba para abofetearlo con la otra mano, pero notó mi titubeo -¿cómo podía pegarle a un amigo?-; fue un instante breve pero significativo, Luis me miró a los ojos y sin hablar asintió con la cabeza, como diciendo adelante, piérdame el respeto, después de eso mi mano impactaba en su cara.

Como yo quería estar bien seguro de la sumisión de mi nuevo esclavo, le ordené tumbarse boca abajo en el suelo de la habitación, jale sus brazos hacia atrás y con la misma cuerda amarré sus pies y manos en una posición que sin duda debía ser incómoda. Le puse un collar apretado alrededor del cuello y le vendé los ojos.

En ese estado de indefensión le dije que así iba a permanecer por un rato, y que mientras reflexionara si de verdad quería servirme, porque el trato rudo de ese día era una pequeña muestra de lo que le esperaba en el futuro bajo mi dominio.

Para ocasionarle más angustia y desconcierto, tomé las llaves y salí de la casa, cerrando con llave la puerta y haciendo suficiente ruido al cerrar la reja exterior para escuchara cómo lo abandonaba con sus pensamientos.